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formo a los involucrados. Antes de que se pongan más nerviosos, les digo
            en tono calmado: “Debemos tener paciencia, la evolución es día a día,
            tenemos que ver cómo su cuerpo reacciona al tratamiento”, pero con la
            intención de que entiendan la gravedad de la señora.
                Entre lágrimas, la hija asiente con la cabeza y me dice: “Cuide a mi
            mamá Doctor, no deje que se me muera”. El esposo de la señora tiene
            la mirada confusa, no escuchó; me doy cuenta de que usa audífonos,
            entonces grito a través de la mascarilla: “La situación de su esposa es
            crítica, hoy no podrá regresar a casa”. Se alejan lentamente, cabizbajos
            y entre lágrimas; el corazón se me encoge de tristeza, entiendo el dolor de
            una mala noticia médica, tomo una gran bocanada de aire a través de mi
            mascarilla y sigo adelante. Hay cinco interconsultas más.
               Entre interconsultas, signos vitales, toma de muestras de hisopado,
            notas de ingreso y vestido como astronauta, transcurre la guardia. Ya son
            las 22h30, y devolviendo la gentileza del medio día, son mis compañeros
            quienes me trajeron la merienda al piso. ¡Al fin agua y comida! Al telé-
            fono una compañera residente, está dando la mala noticia que un paciente
            falleció en horas de la noche, era uno de los más críticos y no se pudo
            conseguir cama en cuidados intensivos.
               Una vez completo el papeleo, me dispongo a descansar, son las 00:45,
            puedo cerrar los ojos. Suena mi celular, me despierto asustado, son las
            02:30,  es la  residente  de  Emergencia:  “Doctor, tiene  3 interconsultas
            más”. “No puede ser. ¿Es qué nunca termina?” pienso en silencio, mien-
            tras le contesto que ya iba al lugar; “Ahorita bajo”. Transcurre la madru-
            gada entre atención y malas noticia y ya quedan dos horas para entregar
            las novedades al siguiente turno.

               Los visito uno por uno y veo que Ana no está bien; no tardaría mucho
            en suceder y me siento golpeado ante lo inevitable. Son diecinueve pa-
            cientes por evolucionar así que acelero el paso, actualizo la bitácora, y
            cumplo con las actividades respectivas previo al cambio. De golpe suena
            el teléfono de la oficina; “Es para ti” comenta la compañera. Al otro
            lado de la línea una voz me indica lo que había presentido: “Doctor, la
            paciente Ana acaba de fallecer y al señor Armando lo acabamos de in-
            tubar” La tristeza me inunda.
               Empieza el ritual, ahora soy yo quien recita las novedades a manera
            de lección: “Tuvimos 17 interconsultas, ingresamos a 11, dimos el alta a
            6, en total tenemos en Emergencia 19 pacientes, 8 de ellos con pronóstico
            reservado, 1 fallecido” y sigue el proceso.







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