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ya en piso los pendientes, problemas, necesidades nos harían perder el
            temor y procurar ser eficientes, organizados y salir adelante con lo que
            se tiene.
               Detrás de cada miembro de mi equipo estaba una familia y debíamos
            cuidarnos cada uno y entre nosotros para poder cuidar de los demás. El
            jefe de equipo, un pediatra con 10 años de experiencia, asignado cada
            cuarto día a un área distinta a su especialidad, nos dirigía en los diferentes
            niveles.
               El primer turno iniciamos con un saludo breve y presentación, el tra-
            tante nos dedicó algunas palabras: “¡A todos nos toca ayudar por igual!”
            dijo de manera categórica y firme. Pasamos a recibirlo del equipo previo
            que culminaba veinticuatro horas de trabajo, que en realidad eran más.
            Con hombros caídos, miradas vidriosas, y voz apagada nos presentaban
            a los pacientes y su historia.
               Pasó un mes de rotaciones por los tres niveles descritos y un día faltó
            una de las enfermeras del equipo, ya que había presentado síntomas leves
            y se encontraba en aislamiento domiciliario, por lo que se nos realizó
            el test PCR (siglas en inglés de Reacción en Cadena de la Polimerasa),
            al resto de integrantes  del equipo, arrojando resultados negativos. La
            segunda línea del equipo lo conformamos cuatro médicos quienes nos
            conocimos en el instante de entrar a la acción, y de la misma manera:
            ‘‘Contrato Ocasional’’ por la Emergencia Sanitaria”.
               Al tercer mes de estar al frente, quedaban apenas dos turnos para ter-
            minar el contrato y al fin podríamos reunirnos con nuestros seres queridos.
            Sucedió que aquella mañana, mientras nos preparábamos para empezar el
            turno, dos compañeros presentaron disfonía y nos llamó la atención la tos
            de uno de ellos, pero nos despistó el carácter positivo y sentido de humor
            del otro, con el pretexto del clima cambiante de la ciudad. El siguiente y
            último turno en cuatro días, será en el cuarto piso, nos recordamos el uno
            al otro mientras nos vestimos con las prendas de seguridad.

               Aquel turno hubo muchas pérdidas, veinte en el transcurso de la noche
            y madrugada; personas jóvenes y adultas que ingresaron con síntomas
            leves y que en algunos días sus condiciones empeoraron drásticamente,
            sin resistir en la espera de encontrar un espacio en UCI. Las enfermeras,
            con ayuda de los auxiliares de nuestro equipo, amordazaban los cuerpos,
            los colocaban en fundas plásticas para ser transportados al lugar especí-
            fico de la institución, en el que Fiscalía tomaría parte para su cremación.
               Y llegó el momento final, el último turno, el más esperado por todos
            los del equipo. Fue un martes, y aquella mañana empezaría el día hacién-
            dome un test PCR, en la misma institución, para tener la confianza de
            poder regresar al hogar, a juntarme con mis seres queridos luego de tres
            meses de distanciamiento; por lo tanto, llegué temprano al hospital con el
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