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pensar que tres meses de trabajo con personas infectadas no se comparan
            con cinco minutos de contacto y que debo estar bien. Fue la mañana más
            larga de todos los días vividos en esta coyuntura.
               Mientras llenaba una solicitud de interconsulta, una auxiliar se acercó
            con pasos lentos, temblorosa, a pedirme asistencia, ya que uno de los
            compañeros nombrados se descompensó en pocas horas, derivando en
            paro cardiorrespiratorio y no se lo pudo reanimar dadas las circunstan-
            cias, mientras que el otro había empeorado y lo iban a pasar a cuidado
            intensivo.
               Para la evolución nocturna dieciocho personas perdieron la vida; el
            cansancio y las ocupaciones me hacían olvidar que tenía pendiente re-
            visar el resultado de mi test PCR. Sentía dolor de pecho y leve cefalea, la
            cual adjudicaba a todo el estrés acumulado del largo día, y con el miedo
            de revisar el caso pendiente de aquel compañero de equipo. En la madru-
            gada, ingresé al sistema hospitalario para revisar, encontrándome con la
            noticia de que había fallecido y se habían iniciado los trámites legales
            respectivos con sus restos mortales. Les comuniqué al resto del equipo
            con un nudo en la garganta, envuelto en la tristeza.
               Al terminar mi turno estaba más exhausto de lo acostumbrado, con
            alta temperatura y disnea. “Debe ser el traje”, pensé; de hecho, alguna
            veces al finalizar la guardia presentaba estos síntomas debido a mi ante-
            cedente asmático crónico.
               Salía del hospital por una puerta cercana a triaje respiratorio y había
            colas largas de espera para atención de pacientes sintomáticos. Traté de
            no mirar mucho y caminar rápido, momento en el que vibró mi teléfono
            celular con la notificación de un nuevo correo electrónico. Lo ignoré por
            completo, pues temía abrirlo y encontrarme con que más tarde tendría
            que volver al lugar por el que acababa de pasar veloz, imaginando a mis
            dos compañeros en aquella fila días atrás esperando por atención.
               Al llegar al departamento, oh sorpresa, en un automóvil se encon-
            traban mi esposa, mi hija, acompañadas de mis padres, y habían llegado
            llenos de emoción luego de tantos días sin vernos. Me saludaban con-
            tentos y bajaban apresurados del vehículo; entonces, me detuve a unos
            metros de ellos, saqué el teléfono del bolsillo, abrí el correo electrónico
            rápidamente,  fui  al  final  del  mismo  y  en  letras  rojas  decía:  “RESUL-
            TADO: qRT-PCR COVID 19 POSITIVO”.










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