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o peor, amanecer con varios de ellos todavía en las camas, esperando ser
retirados por sus familiares para llevarlos a la última morada.
Era imposible abstraerme de la situación, pensando en lo triste que
debe ser acabar la vida así, con sueños truncados, planes no ejecutados,
quizás relaciones rotas que no se pudieron reparar ante la velocidad del
desenlace, remordimientos; en fin, varias situaciones, y con el turno que
todavía tenía varias horas por delante. Estar rodeado de ellos ha sido
una de las experiencias más intensas de mi existencia, la cual me afectó
mucho más que la incomodad del equipo de protección personal, las
marcas en el rostro causadas por la mascarilla, el hambre, el no poder ir
al baño, etc. Desde el punto de vista anímico, emocional y psicológico es
devastador tener a la muerte ahí, campante, cobrando deudas y facturas,
una tras otra, ante cualquier esfuerzo realizado por todo el equipo para
evitarlo. La inevitable fragilidad humana mostrándose de la forma más
dolorosa.
En mi último día, llegó un paciente de treinta y nueve años, casado,
padre de dos hijos, comerciante de profesión. La saturación de oxígeno
indicaba sesenta y nueve por ciento, con alto flujo por mascarilla; por lo
tanto, debía ser intubado sin duda alguna. El hombre había viajado a la
costa, llevando sus productos, con el fin de conseguir el sustento para los
suyos, con la mala suerte que significó convertirse en portador del virus.
Le pregunté sus datos, y número de contacto de su esposa para mantener
comunicación frecuente con ella, me los dio, y conversamos un momento
más antes de ser sedado para continuar con el proceso de colocación
del tubo endotraqueal. Sentí su don de gente en tan efímeros instantes.
Luego, le preguntó al doctor sobre el procedimiento y en qué le serviría,
ante lo cual él le contestó que el objetivo era mejorar su respiración, y
posteriormente despertarlo de manera progresiva conforme la evolución
avance, previo paso a sala de aislamiento y posterior retorno a casa con
su familia. Ese momento nunca llegó.
A los pocos minutos, ya con el tubo colocado, presentó un paro cardio-
rrespiratorio del que no salió pese al esfuerzo realizado y la medicación
suministrada. La muerte nos volvió a vencer en un abrir y cerrar de ojos,
cerca del mediodía. Lloré otra vez por rabia, impotencia, desesperación.
Me cuestionaba al máximo la posibilidad sobre si hubiéramos podido
hacer algo más, no lo sé, jamás tendré esa respuesta, pero el dolor que
me causó me marcó en lo más profundo de mi ser. Pensé en la familia sin
sustento, su esposa enfrentando la cotidianidad con los pequeños, sola;
y ellos sin volver a escuchar los consejos de su padre, preguntándole a
ella dónde está papá. Igual, la familia extendida, los amigos, sufriendo la
ausencia de aquel ser querido, porque así se presentó la situación. Muy
fuerte.
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