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LUCHAR CON CÁNCER EN PANDEMIA
Por: Md. Danilo Salao Pérez
La historia de uno, pocos o todos los pacientes con cáncer es de lucha;
relato la semblanza de “Cesc”, un hombre de mediana edad, aventurero,
de nivel socioeconómico medio, profesional, quien se fue en busca de un
sueño y regresó con una grave enfermedad. Encontrándose en el extran-
jero, le diagnosticaron un tipo de cáncer poco frecuente y nada común,
situación que le sorprendió al ser un hombre sano, de buen estado físico;
por lo tanto, guardó sus sueños en la maleta y regresó a su país natal.
Y por supuesto, las preguntas rondan su cabeza: “¿Por qué yo?”,
“¿Por qué tan grave enfermedad?”, “¿Qué será de mí y el futuro?”,
“¿Tengo posibilidades de sanar?” Pues en aquel país ya lejano, la eva-
luación indicó que la enfermedad estaba muy avanzada. Después de va-
rias sesiones de quimioterapia, con malas noticias durante su tratamiento;
y, por supuesto con secuelas, seguía repitiéndose las mismas preguntas.
Sin embargo, conoció amigos con problemas similares que compar-
tían historias, sueños y la vida en una habitación de hospital; entonces,
entendió que la vida no fue justa solo con él, sino también con los demás.
Diferentes padecimientos y consecuentes tratamientos, uno con peor pro-
nóstico que otro, pero todos remando en la misma barca, aunque la fuerza
individual también sea diferente y en el tiempo terminen cansándose.
Cesc pasaba el tiempo entre problemas existenciales y dogmas, recor-
dando sus historias de aventurero, en especial aquella del avión en el que
viajaba, el mismo que presentó problemas mientras cruzaban el Atlán-
tico. Esperaba la muerte, sin que suceda nada, lo que terminó convirtién-
dose en una anécdota más, la misma que le devolvió el asombro por la
vida. Ahora quería que el cáncer también entre en esa categoría, puesto
que las cosas le pasan a quien sabe contarlas.
Entre sesiones de “quimio” y defensas bajas, las consecuencias por
el uso de los fármacos salían a la luz con los exámenes de laboratorio,
causas por las que pasaba más tiempo hospitalizado que en su casa. La
falta de vitalidad empezaba a ser notoria, mientras la asistencia de sus
seres queridos se hacía presente: “llora…llorar es desahogo” le decían;
y sí, era una liberación para recibir nuevamente el alimento del paciente
con cáncer: la esperanza. En general, le costaba dormir y en su mente “la
vida es injusta” retumbaba de manera ensordecedora. “Al caído, caerle”
se aplicaba en él.
Pasó tanto tiempo con tratamiento ineficaz que decidió investigar al
respecto, encontrando que las probabilidades de vida eran inferiores al
cincuenta por ciento en casos similares. Fue difícil asimilar dicha in-
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