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Los noticiarios mostraban el aumento de casos que colapsaron el sis-
tema de salud, así como el número de muertos como efecto del nuevo
virus. Él con asombro veía como esta crisis sanitaria puso en evidencia
lo más irracional de las personas, falta de solidaridad, ataques a los con-
tagiados, discriminación, insultos al personal de salud, entre otras cosas.
Incluso sus amigos del hospital le comentaron que ellos mismos no que-
rían abandonar el barco, pero que había demasiadas complicaciones para
combatir al máximo al desconocido virus; de hecho, un amigo médico,
de los que lo atendió, contemporáneo en edad, condescendiente con la
familia, había muerto luego de contagiarse; su amigo hoy era su héroe
de guerra.
Decía que cada vez que le correspondía asistir a exámenes de labora-
torio o imagen, la ansiedad era exponencialmente mayor a la que sintió
en su defensa de tesis de grado. Esta vez, era mayor inclusive, porque
la fecha del examen había llegado y en ayunas se presentó a la hora in-
dicada. Nadie conversaba, todos los guerreros contra el cáncer se sen-
taron distanciados, con estricta prohibición de caminar o levantarse del
asiento; muy duro. Luego de varias horas, retrasos y justificaciones, ya
en la tarde le tocó entrar a la sala: se acostó y la máquina empezó a emitir
su acostumbrado sonido, mientras luchaba por moverse lo menos posible
y obedecer las órdenes recibidas. En el techo, el cuadro de la naturaleza,
en la que se veía de retorno, caminando, respirando su aire, admirando la
belleza que evoca.
Terminó el examen y mientras se reincorporaba, le dijeron que en el
tiempo habría que repetirlo porque tenía metástasis en el tórax. “Jamás
repiten esto” pensó, imaginándose que la situación era más seria de lo
que creía; no obstante, el siguiente paso era esperar el informe médico. A
mitad de año, la cita de rutina, de la que derivó el pedido de tomografía,
radiografía, PET SCAN, marcadores tumorales y un examen especial lla-
mado inmunohistoquímica, todo un arsenal que ayuda a los especialistas
en la batalla contra el cáncer.
De nuevo en la sala de espera, distanciado del resto, custodiado por
guardias que repetían las nuevas normas todo el tiempo. A lo lejos, la sala
de terapia intensiva a la que unos entraban con mascarillas de oxígeno y
otros salían dentro de bolsas negras en camilla. Dantesco escenario, pero
todas las pruebas realizadas.
Luego, en consulta externa, escuchó su nombre. Fue larga la caminata
por el pasillo hacia el consultorio; saludó y respondió una vez más las
mismas preguntas de cada control: “Me siento bien, no tengo problemas,
tengo más apetito, no tengo vómito ni otras molestias, estoy aumentando
de peso, sí realizo ejercicio físico”. Se sumaron nuevas, por supuesto:
“No tengo tos, fiebre, escalofríos, malestar general ni decaimiento, me
cuido, no salgo de mi casa”. Le atendió el especialista de turno que co-
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