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ojos se le llenaron de lágrimas al igual que los míos. Varios días después
falleció; y como él, varios e inagotables casos más, con el mismo dolor
de la despedida. No había un día de tranquilidad o que tuviera la misma
alegría con la cual empecé mi carrera médica.
Tengo muchas experiencias tristes que contar y un sinnúmero de
veces en los cuales mis lentes de protección se empañaron con mis pro-
pias lágrimas, varias madrugadas luego de difíciles turnos de veinticuatro
horas de duración. Sentía como mi cuerpo se calentaba, me faltaba la
respiración, lo asocié con ataques de pánico; sin embargo, me tomaba
un minuto para respirar, sin retirarme los equipos de protección y seguir
adelante con mi trabajo, teniendo presentes los motivos por los que elegí
este camino, repitiéndome: “Podrían ser tu padre y tu madre, trátalos
con el mismo amor que quisieras que les den si fueran ellos”.
Por otra parte, no todo es tristeza. Si bien con el tiempo enfermó gente
cercana, familiares incluidos, me es grato decir que todos están recupe-
rados, felices y juntos. Obviamente acudieron a mí con preguntas, in-
quietudes, buscando tratamiento y recomendaciones. Esa misma alegría
sentía cuando aquellos pacientes desconocidos también vencían a la en-
fermedad. Allí la vocación se fortalecía.
Gané experiencia en esta área, ayudé a mucha gente y para mí, esa
siempre ha sido la mejor recompensa; también conocí gente maravillosa,
con quienes comparto el día a día y han hecho que esta pandemia sea
llevadera, con el común objetivo de salvar la mayor cantidad de vidas, las
de ellos incluidas cuando se contagiaron por servir a la comunidad desde
la primera línea. Más que compañeros son mis amigos de la “Guardia
Covid” que jamás olvidaré.
Este tiempo me ha enseñado a valorar un montón de detalles, que en
la rutinaria cotidianidad había olvidado; por ejemplo, dar el lugar que les
corresponde a las personas que están a mi lado todos los días; respetar y
cuidar mucho a los adultos mayores y a mis seres queridos; amar la vida,
el trabajo; entender que el planeta está mejor sin tanta contaminación
y, sobretodo, apreciar el presente ya que mañana no se sabe qué puede
pasar.
También me sirvió para conocer a fondo a la muerte, no temerle, en-
tender que siempre estará ahí y hay que aceptarla. De hecho, el temor que
produce la noticia de ser portador, deriva en la angustia sobre si será fatal
o no el desenlace. Ese miedo interrumpe la sanación.
Siempre he creído que las células escuchan, son inteligentes, y que es-
tamos conformados por micro universos que responden a las emociones,
ante lo cual se equilibran, recuperan o perjudican, dependiendo el caso.
Y en este particular momento, me parece que el desequilibrio emocional
influye mucho en la condición de quienes contraen la enfermedad.
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