Page 310 - Libro_Sars_Cov_2_Digital
P. 310
Desde las altas esferas de la salud mundial se informaba que una per-
sona, a una distancia menor de dos metros, sin mascarilla, podía contagiar
al menos a siete personas. Sí, como cualquier otro virus respiratorio, con
la diferencia que la tasa de contagio era muy alta, y de baja mortalidad.
Fue una escena pre-apocalíptica la que quedó plasmada en mi me-
moria, pues mientras las calles estaban vacías, en el hospital los pacientes
hacían largas filas para ser atendidos; algunos, con varios días de sinto-
matología de Covid-19. Fue una semana interminable y con esfuerzos
multiplicados, desde la voluntad personal, era imposible atender a todos.
Al tiempo los colegas relataban lo que pasaba en las diferentes áreas,
con situaciones como que pacientes que llegaban caminando, salían en
féretros; otros llegaban con el último suspiro en sus vehículos o en las
ambulancias del sistema de salud.
De golpe, las cifras de fallecidos se dispararon a una velocidad in-
creíble, en comparación a los datos que se presentaban en los medios de
comunicación; de hecho, dichas cifras eran solo una parte de todo lo que
pasaba y quienes estuvimos enfrentando la catástrofe lo sabemos, pero
bueno, habrá otros espacios para discutir aquello. Mucha gente murió por
desaturación mientras esperaba el resultado de los hisopados nasofarín-
geos para detectar el virus en el cuerpo.
Mis compañeros también se enfermaron, traduciéndose en disminu-
ción de personal para atención, lo cual complicaba el cuadro general,
porque además tenían que aislarse como correspondía; en todo caso yo
no recuerdo haber sentido sintomatología relacionada.
Al llegar al domicilio donde mantenía la cuarentena, realizaba el pro-
ceso de desinfección indicado; es decir: limpieza de zapatos, retiro de
la ropa, ducha general con agua tibia. Este proceso lo repetí siempre al
retornar desde cualquier lugar, y también en el hospital al regresar de
cada comida, cuando se podía. Era y sigue siendo obligatorio, porque es
un gran método de prevención; luego, de vuelta a trabajar usando el traje
aquel que me hacía sudar como si estuviera en un sauna, tanto que aún
siento mis pies llenos de sudor y el sonido que se generaba al caminar.
No menos importante, la interna batalla psicológica al observar a los
pacientes acostados boca abajo en cada cama, luchando por respirar, ede-
matizados, con secreciones que salían de sus fosas nasales; ver cómo se
apagaba la vida a causa de un enemigo silencioso. Los ataques de pánico,
el insomnio y la ansiedad se hicieron presentes en varios compañeros,
situación que los llevó a recibir medicina ansiolítica y antidepresiva. Sólo
quien estuvo ahí sabe todo lo que vivimos.
Pero donde hay muerte también hay vida. ¡Así es! La primera vez
que alguien salió de cuidados intensivos a hospitalización para seguir
con el tratamiento fue motivo de celebración. El mito del Ave Fénix era
310 Regreso al Indice