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EL INFAME VIRUS DEL (COVID-19)
Por: Md. Danny Daniel Gia Estrada
Esta es la historia de un hombre de cuarenta y cuatro años de edad,
trabajador y muy activo; esposo y padre de familia a quien identificaré
como José. Su casa se ubica fuera de la ciudad.
Una mañana de agosto llegó a consulta, ya que durante el fin de se-
mana se había sentido muy mal, con fiebre, diarrea y fuerte dolor de
cabeza. Habían sido días complicados, entonces quería saber si tenía,
o no, al complicado virus en su organismo; por lo tanto, se le realizó
la prueba respectiva y tendría que esperar veinticuatro horas para saber
el resultado. Al día siguiente, de acuerdo con las disposiciones, regresó
con el fin de conocer el hallazgo que la prueba mostraría, confirmándose
positivo para Covid-19.
El escuchar esa noticia le causó sorpresa, y de inmediato el llanto
incontrolable se apoderó de él, sin saber qué hacer, decir o cómo enfren-
tarlo. Su vida pasó como una película a toda velocidad ante sus ojos, dado
que las noticias informaban que no había muchas posibilidades de vida,
dada la tasa de mortalidad. Lloraba como un niño al que le quitaron el
caramelo de la boca, no sabía cómo iba a contárselo a su familia, se sentía
perdido. Entonces en la casa de salud, le entregaron información correcta
sobre la enfermedad, y le dijeron que lo fundamental era mantener la
calma, a toda costa. Que no se deje vencer por el pánico y la ansiedad
porque eso debilita más rápido el sistema inmunológico.
Se marchó triste a su casa, pensando cómo le contaría su esposa e
hijos sobre su triste diagnóstico, más aún con la duda sobre si ellos tam-
bién lo tendrían, siendo él el responsable del contagio. Luego de un viaje
más largo de lo acostumbrado llegó a su casa, convocó a los suyos a la
sala, respiró profundo e inició: “El examen que me realicé dio positivo
para Covid-19. Debo seguir las recomendaciones del médico, y el ais-
lamiento es una de ellas para protegerlos a Ustedes. Jamás pensé que
esto pasaría, los amo y juntos saldremos adelante, como en todo lo que
hemos enfrentado. Derrotaremos a este virus”. Silencio que no pudo ser
acompañado de un abrazo o un cálido beso.
Sin más tiempo que perder, se aisló en una de las habitaciones de su
casa, e inició el tratamiento recibido al pie de la letra, conformado por
antibióticos e hidratación. Confiaba en que eso sea suficiente para no ser
internado, pero siempre cabía la posibilidad. La soledad, al estar entre
cuatro paredes, apareció y si el ánimo flaqueaba podría ser peor; por lo
tanto, clamaba a Dios en todo momento para que lo sane y le permita
seguir construyendo el futuro de su familia. Afuera en los noticieros se
informaba que las cifras de fallecidos aumentaban considerablemente,
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