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allí era precisa, en el lugar indicado, para recibir y atender a quienes lo
necesiten, sea en la carpa afuera, en el área de emergencia, o en la sala
Covid. Pensaba que no tendría recaída, así indicaban los estudios a la
fecha, lo que no significaba que el miedo había desaparecido cada vez
que entraba en la sala específica, pero el servicio al prójimo estaba por
sobre cualquier otra circunstancia. Hubo momentos duros, se deprimía y
lloraba cuando los pacientes fallecían, pero también experimentó ciclos
de alegría cuando alguno de ellos recibía el alta médica y se encontraba
con su familia en los exteriores de la casa de salud.
Además, surgió la posibilidad de traspaso a otro centro de salud, para
atender casos no relacionados con el Covid-19; sin embargo, se paró duro
frente a su jefe y le dijo que quería seguir allí, pase lo que pase, ayudando
a todo quien lo necesite, hasta el fin de la pandemia. Ante su seguridad, la
autoridad no tuvo alternativa y le permitió continuar con las actividades
acostumbradas; sin embargo, más adelante el estrés le pasó factura, deri-
vando en una parálisis facial.
Con el permiso recibido, se dirigió a la valoración con el especialista
de neurología, quien recetó tratamiento y reposo obligatorio, pues tenía
que descansar. Además, la psicóloga de la institución conversó con él
para entender qué pasaba en la vida de este médico. Fruto del diálogo, la
indicación ratificó el descanso, así como la posterior realización de otras
actividades para tener ocupada la mente y así, dejar de pensar exclusiva-
mente en toda la crisis sanitaria y sus situaciones.
Después de su recuperación, regresó a la casa de salud, agradeció a
todo el equipo por el trabajo que han seguido realizando, luchando en el
campo de batalla, así como por el apoyo recibido ante lo que le corres-
pondió vivir y se puso a trabajar, para honrar el Juramento Hipocrático.
Aprendió de verdad, a llevar la vida de otra manera; una gran lección sin
duda.
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