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lo que disparó en él la depresión y el deterioro de su condición. El aire
            empezó a faltar.

               Ante el detrimento, María tomó la decisión de internarlo de urgencia,
            no quería perderlo. Apuro, taxi, oraciones, tiempo en contra; parecía que
            el hospital jamás iba a aparecer en el camino. Cuando sucedió, el lugar
            estaba saturado de pacientes en las mismas o peores condiciones, todo
            esperando turno para ser atendidos. Sentía que la vida de su esposo se
            escurría como agua entre sus manos, sin poder retenerla. No, el hospital
            público no sería el camino de salvación. Decidió empeñar la casa para
            llevarlo a una clínica y ayudar a su amado marido. “Cualquier sacrificio
            valdrá la pena” decía.

               Y entonces el milagro sucedió en el banco. El día en el que tenía que
            retirar el dinero en la institución financiera, en la espera conversó con
            una mujer, quien le recomendó un doctor en la clínica, a la que María iba
            a llevar a José, inclusive le pasó el contacto para que hable por teléfono.
            Salió del banco con el dinero, pensando en lo que había sucedido, y sólo
            entendió que era la respuesta divina a sus plegarias. Era el momento de
            correr a la clínica, puesto que José continuaba en picada.
               Ya en el sitio, llegó el doctor contactado, lo valoró y dejó sus indica-
            ciones. La esperanza estaba allí, y correspondía comprar la medicación
            necesaria para tal efecto. Con el plan en ejecución, la condición de José
            no mejoraba, en realidad seguía en franco declive, y la desesperación
            conseguía ventaja en el estado anímico de los involucrados. Ante la duda,
            María se comunicó de nuevo con el médico, quien, al igual que quienes
            le entregaron a José los resultados, insistió en que mantener la calma
            era fundamental, a la espera de que el tratamiento haga efecto, luego de
            tantos días de complicaciones. Además, él insistió en que haría todo lo
            que esté a su alcance para salvar a su marido.
               Pero no. La crisis llegó al máximo nivel, lo que se tradujo en la de-
            cisión de sacarlo de la clínica para trasladarlo al hospital en el que se
            atendía de manera exclusiva a pacientes Covid-19 en la provincia. Con la
            vida pendiendo de un hilo, llegaron al sitio y lo primero que los doctores
            le manifestaron fue que, en esas condiciones, no debía haberlo sacado a
            José de la clínica, si ya estaba encaminado en un tratamiento, aunque el
            efecto demoraba en aparecer. Pasaron las horas y la esperanza de vida era
            una pizca, casi nula. Horas más tarde, la trabajadora social de la institu-
            ción le comunicó a María el fallecimiento de José.

               Ella, con lágrimas en los ojos, no hallaba una explicación lógica ante
            todo lo vivido y el enorme esfuerzo realizado para salvar la vida de él. En
            la sala de emergencias le manifestaron que todo lo realizado en las dos
            casas de salud fue el mayor esfuerzo, y lo que estuvo al alcance de los
            médicos, frente a este aún desconocido virus. Además, le consiguieron

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