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AIRE PARA VIVIR


                                               Por: Dr. Pablo V. Martínez Avalos

                  Un día desperté pensando en que el trabajo  seguiría dentro de lo
               común, pero no fue así, pues se desató una emergencia sanitaria inter-
               nacional, de la cual muchos desconocían su origen y el daño que podría
               causar en sus familias. Desconocimiento que se volvió angustia y pará-
               lisis, mientras se activaban los organismos internacionales para organizar
               una lucha silenciosa contra el virus, porque hora tras hora la situación se
               volvía insostenible.
                  Así se anunció el caso cero en el país, mientras en otras regiones ya
               pasaban momentos difíciles con miles de afectados. Ahora, meses des-
               pués, sé que jamás aprendimos de ellos, tomando a la ligera una alarma
               mundial que cada día nos dividió a profundidad, al mundo entero. La
               incertidumbre llegó a cada rincón de mí ser.
                  Las horas se volvieron días. Momentos llenos de crueles noticias a
               través de los anuncios de las cifras de miles de fallecidos, producto de
               este agente desconocido. Los estragos se notaron inclusive en países con
               los mejores sistemas sanitarios, dado su colapso.  Llegó a todas las pro-
               vincias de nuestro país, de la mano de mucha desinformación, poniendo
               de manifiesto elementos, no sustentados de manera científica, para su
               combate y tratamiento. La base: “Es que al amigo del papá del fulanito
               le hizo bien”. En general, tenemos una deficiente preparación para en-
               frentar situaciones desastrosas.

                  Me encuentro en área de consulta externa, en atención a pacientes
               crónicos, aún sin reporte de casos en la unidad; eso sí, muchas indica-
               ciones, protocolos, lineamientos a seguir para pacientes con Covid-19.
               Entre leer cada documento y recibir a la gente, sentía que no me alcan-
               zaba la jornada, al tiempo que la espera sobre cuándo llegaría el primer
               caso me consumía. En eso llamo al siguiente turno y veo que una mujer,
               pasados los cincuenta años, se acercaba a mi puerta. Lucía decaída, con
               malestar y tos no tan común, pero que me alerta, además del ligero equipo
               de protección que ella traía. El que yo usaba era apenas mejor, en aquel
               momento. Cuatro días después, terminando marzo, se confirmó el primer
               caso en nuestro espacio laboral, y así empezaron los días interminables.

                   Al escribir este texto pienso en tantas historias que sucedieron en
               esta etapa de mi vida laboral y quisiera compartirlas, pero siempre hay
               una que se queda grabada en la mente. Me sirvió para reflexionar sobre
               el poco aprecio que doy, y damos, al aire que inhalo cada día, sin pagar
               un centavo por él. Ese elemento tan valioso que oxigena las células del
               cuerpo y mantiene encendida la llama de la vida. Por eso comparto este
               breve relato.

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