Page 7 - REVISTA cens 2017
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por Ignacio Grassia Nacusse                                       Elipsis






                     Tenía miedo de volver a subir. No quería encontrármelo de

              nuevo tirado en el suelo, haciéndose el muerto cuando en reali-

              dad está más vivo que cualquiera de nosotros. ¿Y si volvía a ata-

              car? ¿Si me tiraba por las escaleras, me rompía el cuello y adiós a

              la  vida?  No  podía  evitar  sentirme  demasiado  responsable  de  lo

              que estaba pasando. Miraba a los niños, y su mirada de terror me

              imploraba que subiera. Veía entre los ojos de los adultos, espe-

              rando encontrarme con los de Paula, pero no. Esto me confirmaba

              que aún estaba arriba, tal vez escondida, o presa de él, o quizá

              muerta.



                     Me temblaban las manos y mi espalda transpiraba mucho. No

              podía echarme atrás ahora. Ya estaba con mi mano derecha en la

              baranda,  como  preparándome  para  subir.  Empecé  a  parpadear

              más de lo normal. Mi respiración se aceleró y mi corazón parecía

              un tambor de guerra. Finalmente, tras mirar a mi anciana madre

              tirada en suelo, sin respirar, a un lado de la escalera, mi pie dere-

              cho  se  elevó  unos  centímetros  y  pisó  el  primer  escalón.  En  ese

              momento,  todos  nos  detuvimos.  Inertes,  en  medio  del  hall,  mi

              familia esperaba que dé el siguiente paso hacia arriba, pero en mi


              mente no podía sacarme la imagen de la cabeza: Paula, tirada en
              el suelo, en un pequeño charquito de sangre. La posible muerte


              de mi hermana me aterrorizaba de tal modo que me cuestionaba
              seriamente si seguir subiendo o no.




                     Mi pie izquierdo subió y pisó el siguiente escalón. Me propu-
              se a hacerlo de un solo tirón, trece escalones me quedaban. Y lo


              logré hasta el doce. Todos me miraron encantados por mi valentía

              y  mi  coraje,  que  mi  padre  mencionó  mientras  le  tomaba  inútil-

              mente el pulso a mi madre. Yo no creía poseer esas cualidades. Es

              más, me daba cuenta de que era un cobarde, porque sabía lo que

              iba a hacer después.



                     Al llegar al escalón doce, alargué mi cuello, y logré distinguir

              al fondo del pasillo la puerta de la habitación principal entreabier-

              ta. Me encontré con los ojos de Paula. Me miraba.Una sonrisa se

              le dibujó en la cara, llena de vaga esperanza. Pero, para mi benefi-

              cio, su cara se oscureció por la sombra de la silueta que le borró la

              sonrisa, y le llenó los ojos de horror. En ese momento mi corazón

              se detuvo, y luego, súbitamente, la puerta se abrió de golpe.



                     Bajé lo más rápido posible. Casi caigo. Atropellé a Mariano, a

              Silvia, a mi padre. Cuando me di vuelta, mientras abría la puerta,

              encontré la mirada en un soplo de vida de mi madre, y no sabía si                                            El Cens

              me decía que me fuera y que me quedara.



                     Encendí la camioneta, puse marcha atrás y salí. Cuando esta-

              ba aún dentro de la propiedad, podía escuchar los tiros que ve-                                        EN FOCO

              nían de la casa.
                                                                                                                                                                              6
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