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se lo ha entregado a él, él es el ve a recordar a Luisa y en con- puerta de la casa de Luisa y se
único. ¿Qué sería capaz de ha- secuencia a la necesidad acu- destose varias veces. Hasta An-
cer por no perderla? ¡no es ver- ciante de resolver la situación. drés llega el gemido del venta-
dad que haya otro hombre! Esta mañana, el primo Martín nillo al abrirse; el sonido que le
le ha dicho que está muy claro es cercano, familiar, de recuer-
Hoy es Lunes Santo; hasta en el que Luisa habla con otro, y que dos, de felicidad; está confun-
último rincón del pueblo anida ese otro es Jacinto “Cachopán”; dido y se protege tras el quicio
el aroma delicioso, por más, que Luisa le abre cada noche el de un portón; acecha como un
apetitoso, en que se ha homo- ventanillo antes de que él vaya felino en espera de atacar: no
geneizado la heterogeneidad a hablar; que no le dé más vuel- puede ser. Furia, odio, deses-
de olores de la simpar dulce- tas y ventile el dilema y si tiene peración y celos se desatan en
ría que llega de los hornos de que dejar a esa mujer, que la su interior para aflorar desbo-
pan. Bulle en cestos, canastas deje ya, sin más miramientos. cados, imposibles de frenar.
y latas rectangulares cubiertas Comprende que debe afrontar
con cernaderos cuadriculados este episodio y terminar con la El grito de Andrés ha desgarra-
en rojo o azul y blanco. Canas- duda; sí, será esta noche, irá do la quietud de la noche, se
tas a tope de galletas alarga- más temprano; saldrá de este echa sobre su rival y le arrastra
das, surcadas por la forma del sinvivir. hasta la esquina a la claridad
molde que las fabrica; roscos de la luz. Es cierto, se trata de
de baño de albura inmacula- Andrés colma de paja una es- Jacinto, el hijo de “Cachopán”.
da; abombadas tortas de leche; puerta y la deja en la cuadra; Jacinto se revuelve y con el
magdalenas que han desbor- llena con agua dos cubos y da puño cerrado alcanza a su opo-
dado el canastillo que las en- de beber a los animales, has- nente en la boca y le derriba;
vasa; hornazos: hoyados en el ta que quedan satisfechos; se en esta posición aplasta el pe-
ombligo con un huevo cocido, echa la capa sobre los hombros cho de Andrés con la bota que
sujetado a la torta por dos tiras y sale resoluto, amparado por calza. Te advierto Andrés, que
cruzadas de la misma masa; ta- las sombras de la noche; oye Luisa me corresponde y es para
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bleros, utilizados otrora para como el campanario de la pa- mí, así que márchate de aquí y
hornear el pan, favorecidos por rroquia da el toque de ánimas. no vuelvas a mirarla, le dice
una sábana, alinean los sobaos con desprecio.
que son roscones típicos de es- La noche encubre, se adueña
tas fechas; dos mujeres sostie- del pueblo. Andrés llega a la Luisa ha cerrado el postiguillo,
nen las tablas por los extremos calle Camarilla Alta y se detie- desaparece de la escena. Los
y llegan a cortar el paso cuando ne en la esquina, debajo de un dos rivales siguen forcejeando
la calle se estrecha. farol de luz macilenta incapaz y ruedan la calle, enzarzados
de definir la claridad de la os- en la pelea. Andrés ha logra-
Dolores y Manuela, junto a Lu- curidad. Pegado a la pared, se do ponerse en pie y retrocede
cía, llegaron al horno antes de aproxima a la casa de Luisa; hasta la pared cercana, esqui-
amanecer; llevaban canastas, está confuso, sin distinguir vando las puñadas y patadas de
cernaderos y el resto de los nada entre la penumbra; sigue Jacinto. Algunos vecinos desde
avíos necesarios para la elabo- sigiloso y entrevé junto a la los balcones, despiertos por el
ración de la dulcería. Ramiro puerta de Luisa un cuerpo del alboroto de la reyerta, los vo-
las acompañó cargando sobre que sólo percibe confusamente cean para que dejen de pelear-
su hombro un mediano saco su forma; al aproximarse que- se y se marchen, amenazándo-
de harina, una pequeña cán- da desvirtuada aquella visión, les con avisar a los serenos.
tara de aceite y una talega con ahora no ve a nadie: adiós a
azúcar molida; este azúcar se sus temores; vuelven los senti- Los dos galanes se despojan de
obtiene triturando los terro- mientos del amor correspondi- sus gruesas ropas y quedan en
nes con una botella de cristal, do y desaparecen las ataduras camisa. Andrés nota el sabor de
a modo de rodillo. férreas de celos y amargura. la sangre caliente que mana de
su labio partido; cegado, bus-
Asomado a la ventana, Andrés El tranco de unos pasos cerca- ca en los bolsillos y da con una
contempla el tránsito de las nos le sobresalta; un hombre navaja que apenas le coge en la
dulceras: se distrae, pero vuel- se acerca, se detiene junto a la mano; la empuña con la mano
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