Page 93 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  directamente hacia mí, y puedo ver, por la manera como levanta
                  su sombrero, que desea hablar conmigo.
                         Me he sentido bastante conmovida por el cambio del po
                  bre anciano. Cuando se sentó a mi lado, dijo de manera muy
                  tímida:
                         —Quiero decirle algo a usted, señorita.
                         Pude ver que no estaba tranquilo, por lo que tomé su
                  pobre mano vieja y arrugada en la mía y le pedí que hablara con
                  plena confianza; entonces, dejando su mano entre las mías, dijo:
                         —Tengo miedo, mi queridita, que debo haberle impre
                  sionado mucho por todas las cosas malévolas que he estado
                  diciendo acerca de los muertos y cosas parecidas estas últimas
                  semanas; pero no las he dicho en serio, y quiero que usted re
                  cuerde eso cuando yo me haya ido. Nosotros, la gente vieja y un
                  poco chiflada, y con un pie ya sobre el agujero maldito, no nos
                  gusta para nada pensar en ello, y no queremos sentirnos asus
                  tados; y ése es el motivo por el cual he tomado tan a la ligera
                  esas cosas, para poder alegrar un poquitín mi propio corazón.
                  Pero, Dios la proteja, señorita, no tengo miedo de la muerte, no
                  le tengo ni el menor miedo; sólo es que si pudiera no morirme,
                  sería mejor. Mi tiempo ya se está acabando, pues yo ya soy
                  viejo, y cien años es demasiado para cualquier hombre que es
                  pere; y estoy tan cerca de ella que ya el Anciano está afilando su
                  guadaña. Ya ve usted, no puedo dejar la costumbre de reírme
                  acerca de estas cosas de una sola vez: las burlas van a ser
                  siempre mi tema favorito. Algún día el Ángel de la Muerte sonará
                  su trompeta para mí. Pero no se aflija ni se arrepienta de mi
                  muerte —dijo, viendo que yo estaba llorando—, pues si llegara
                  esta misma noche yo no me negaré a contestar su llamado.
                  Pues la vida, después de todo, es sólo una espera por alguna
                  otra cosa además de la que estamos haciendo; y la muerte es
                  todo sobre lo que verdaderamente podemos depender. Pero yo
                  estoy contento, pues ya se acerca a mí, querida, y se acerca
                  rápidamente. Puede llegar en cualquier momento mientras es
                  temos mirando y haciéndonos preguntas. Tal vez está en el vien
                  to allá afuera en el mar que trae consigo pérdidas y destrucción,
                  y penosas ruinas, y corazones tristes. ¡Mirad, mirad! —gritó re
                  pentinamente—. Hay algo en ese viento y en el eco más allá de
                  él que suena, parece, gusta y huele como muerte. Está en el
                  aire; siento que llega. ¡Señor, haced que responda gozoso
                  cuando llegue mi llamada!




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