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La preocupación por las personas en condición de pobreza o situaciones especiales de vul- nerabilidad es consustancial al desarrollo de la humanidad. No obstante, es con la Política So- cial que se estructura tal preocupación a nivel de la actuación del Estado. Dicha política, como otras, incluida la política económica, constituyen una creación o un legado si se quiere de fina- les del siglo XIX y principios del siglo XX. No podía ser diferente, pues el sólo hecho de pensar en la actuación política desde el Estado, con independencia de los mecanismos que se utilicen, implica acceso a recursos (en sentido amplio) y éstos deben provenir de un actor con capaci- dad de intervención en la economía: el Estado-Nación en pleno proceso de consolidación.
Con las necesidades de reconstrucción de las economías derivadas de la primera guerra mundial, las consecuencias de la crisis económica de 1929 (aún conocida como La Gran De- presión) y posteriormente la segunda guerra mundial, el Estado consolida su carácter interven- tor en la vida nacional al compás de las políticas de corte Keynesiano. Vale decir, que el Estado rebasa sus funciones de gendarme o vigilante de la ley y el orden para asumir una creciente participación en la conducción de la economía y la sociedad, por medio de la regulación de precios, la fijación de salarios y el cobro de tasas impositivas, entre otras medidas. Asimismo, en algunos países incursiona en forma directa en la planificación económica e incluso en la producción, asumiendo el papel del Estado empresario.
En este contexto surge un espacio “natural” para la Política Social. Al amparo de la visión de desarrollo sangre, sudor y lágrimas del discurso de Winston Churchill (versión resumida de la expresión original “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”) dicha política gesta su papel más legítimo si se quiere. Una especie de “ambulancia”, que en lugar de recoger a las personas heridas de la guerra, recoge a las desvalidas frente al sistema económico, ejerciendo una fun- ción subsidiaria y complementaria a la política económica y a la economía.
En varios países de Europa, en Estados Unidos de América y en Canadá, la Política Social adquiere importancia y complejidad bajo el término en inglés de Welfare State (Estado de Bien- Estar), en francés L’État Providence (el Estado de Providencia), o bien el denominado Estado Benefactor. Asumiendo un papel protagónico en la prestación de determinados servicios socia- les, fundamentalmente educación, salud y seguridad social, actividades de socorro y ayuda dirigida a la población en condición de pobreza, cuyas acciones han generado una profusa lite- ratura que no es del caso reseñar en esta oportunidad.
Para luego entrar en franca decadencia con el Estado neoliberal y su apuesta por el trickle down (o efecto de goteo), el presumible efecto positivo del crecimiento económico en la distri- bución del ingreso familiar y consecuentemente mejora en los niveles de pobreza. El postulado extremo cifra en una “buena” políticaómica es la mejor política social. Su traducción es el des- mantelamiento del enfoque universal de la política social, la disminución de la inversión social, el mal llamado “gasto” social, la reducción de la ampliación de cobertura de las instituciones y programas sociales y la restricción en nuevos campos de actuación.
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