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utilizando como sentencia la que estipula la Ley del Talión: ojo por ojo, diente por diente,
posteriormente el propio asesino, sin embargo, no ha olvidado la existencia del Ser Supremo y,
quizás para subsanar la fisura de su proceder, se anonimiza.
¿Pero, acaso, es propio del ser humano creerse mejor al ser supremo digno de castigar a sus
semejantes?, siendo juez y verdugo implacable con el derecho impropio sobre la vida de los seres
perteneciente a una sociedad en la cual es recurrente la omisión de estos pecados, el cometerlos o
no es un acto trivial para una sociedad indolente costumbrista sesgada al olvido de los principios
morales.
Desde los tiempos de Caín y Abel la envidia se ha ejemplarizado rivalidad y conflicto entre los
sistemas de la vida a lo largo de la historia en todo tiempo y lugar, los hombres han sabido que el
sentimiento de la envidia es uno de los problemas fundamentales de su existencia.
La envidia es ciertamente un sentimiento destructor, tanto en la vida de los individuos
como en la de las sociedades, (Schoeck, H. 1999) sobre todo cuando, de manera expresa o tácita,
se constituye en punto de apoyo de una política social. Pero la envidia es también la gran
reguladora de las relaciones interhumanas. El temor al envidioso ejerce un efecto represivo y
moderador sobre innumerables acciones de los hombres. La envidia no es sólo un fenómeno
universal, sino también uno de los elementos que hacen posible la convivencia social de tal modo
que nos lleva a pensar que dichos pecados son normales y así nos vamos insensibilizando, es
decir En realidad no hay más violencia ni truculencia que en cualquier noticiero promedio. Los
asesinatos no son presentados durante su comisión, eso logra crea una doble moral ya que no se
enseña a las futuras generaciones la crueldad con la actúa la sociedad actual, que día a día revela