Page 8 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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Le masque tombe, l'homme reste,
Et le héros s’évanouit.
Es obvia, pues, la consciencia del carácter aleatorio del héroe. No
sólo porque necesita antagonista, sino porque necesita una comuni
dad de culto que, en virtud de los avatares de la historia, puede volver
le la espalda: «Le tombeau des héros est le coeur des vivants» [A. Mal-
raux (1901), Juana de Arco].
Por tanto, lo más importante del acto heroico no es su valor intrín
seco, como pretenderían los más idealistas moralizantes [no lleva ra
zón la famosa sentencia: «Le premier ennemi d’un héros, c’est lui-
méme, J.-F. Marmontel (1723-1799), Denys le tyran, Epitre á M. de Vol
taire, acto I, escena 7]. Lo más heroico es persistir indeleblemente en
la memoria de los mortales, es decir, su adecuación a los espejos del
reconocimiento que cada comunidad posee en cada momento. El
peor enemigo del héroe es su alejamiento de los valores imperantes,
que pueden convertirlo en un fantasma grotesco, una alegoría bufa.
Así pues, si discutible nos puede resultar la tarea moralizante del
quehacer histórico, más aún lo es la selección de modelos en los que
se pueda hallar el ejemplo apropiado de lo que está ajustado á lo bue
no y aquello otro que se aleja del paradigma establecido. A lo largo de
las intervenciones de los especialistas que han tenido la gentileza de
dedicamos su tiempo podremos apreciar hasta qué punto el conven
cimiento de la tergiversación de las fuentes documentales hace virtual
mente inaceptables los prototipos propuestos por la tradición. El aná
lisis de la construcción del pasado y su transmisión se convierten, en
consecuencia, en una tarea prioritaria del historiador que no desee de
jarse arrastrar por el peso de lo culturalmente adquirido. El esfuerzo
del héroe está al margen del modelo escogido; es la comunidad la que
selecciona el estereotipo y de entre los innúmeros ejemplos escoge
uno oportuno. Por eso la preocupación del ser heroico no puede
orientarse hacia su perpetuación, sino que deambula hacia el interior
del protagonista, lo que hace más atinada la reflexión de A. Daudet
(«Ou serait le mérit, si les héros n’avaient jamais peur?», Tartarin de Ta
rascón, episodio III, cap. 5). El miedo responde a su condición huma
na, la única que le es propia, pues la otra se la confiere la comunidad
que decide elevarlo por encima de los mortales. El terror de Héctor re
sidía en su vida, no en la eventualidad de no ser merecedor del culto
que a sus reliquias habían de establecer los beocios según sabemos por
Juliano (Ep. 79) o por Pausanias (9.18.5)
Y precisamente en virtud de estas consideraciones desearíamos
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