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17.-LOS  GRANDES  HOMBRES

           Pero los  generales persas no quisieron es-
        cuchar  siquiera  las  prudentes  palabras 'de
        Memnón, de Rodas~  y,  atendiendo más a  su
        interés próximo que a su conveniencia lejana,
        se negaron  a  incendiar una  sola  casa  ni de-
        vastar un solo palmo de terreno.  Y aun mu-
        chos  apuntaron la  sospecha  de  que si Mem-
        nón habfa hablado de tal modo, era porque a
        él le convenía  dar largas  a  la  guerra,  a  fin
        de  conseguir cargos,  riquezas  y  honores  del
        rey.
           En  esto,  al  conocimiento  de  Darío  había
        llegado la noticia del desembarco de  Alejan-
        dro. Y, jactancioso y orgulloso cual otro nin-
        guno,  el monarca persa que se creía descen-
        diente del mismo Júpiter, tanto por su nom-
        bre---pues parece ser que Persia se llama así
        en recuerdo del  mismo Perseo-como por la
        grandeza y  poder a  que había llegado, envió
        a sus generales un mensaje en que les  decía
        que ((a  fuerza de azotes»,  recordasen al hijo
        de Filipo su edad  y  su estado,  que  en  des-
        precio, burla y  escarmiento de su temeridad
        le pusiesen un vestido de púrpura y  una ca-
        dena al cuello, y lo encerrasen en lóbrega pri-
        sión ¡ que echasen a pique todos sus bajeles y
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