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ALEJANDRO  MAGNO.-62

              el  casco  ejecutado  por  Teó:filo,  que  aunque
               era de hierro, estaba tan finamente trabajado
              que  parecía  de  plata.  Adornaba  este  casco
              un  penadi) de  grandes  plumas  de  hermosa
              blancura, que le caían a un lado y a otro como
              dos alas maravillosas. No hay que decir cómo
              los  persas, una vez conocieron al rey por las
               armas que usaba, por el lugar que ocupaba, y
              por el acatamiento que todos le prestaban, re-
              doblaron contra él su ataque.  Todos los dar-
              'dos iban contra él, contra su escudo resplan-
              deciente,  contra su morrión de  blancas  alas.
                 Y he aquí que, en lo más duro de la lucha,
               se  le  rompió  a  Alejandro  la  lanza.  Pidió a
              Orete,  su caballerizo,  que le diera otra, mas
              también este guerrero había roto la suya y se
              defendía  de los enemígos con  uno de  los  pe-
               dazos.  Mas,  entre  los  Amigos,  hallábase  el
              corintio Demarato,  que  le entregó su lanza.
               Con ella, y  siempre seguido por la caballería
               mace<iónica,  se lanzó Alejandro derechamen-
              te contra  Mitrídates, yerno de  Darío.  Enta-
               blóse recia pelea entre el ·rey de Macedonia y
              el persa. Alejandro, con violento impulso, de-
               rribó  a  su contrario  del  caballo  y  consiguió
               b~rirle en el ro~tro, Echárons~ elltop.ci;s sQbre
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