Page 39 - El Retorno del Rey
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El chico se irguió con orgullo.
—Soy Bergil hijo de Beregond de la Guardia —dijo.
—Era lo que pensaba —dijo Pippin—, pues te pareces mucho a tu padre. Lo
conozco y él mismo me ha enviado a buscarte.
—¿Por qué, entonces, no lo dijiste en seguida? —preguntó Bergil, y una
expresión de desconsuelo le ensombreció de pronto la cara—. ¡No me digas que
ha cambiado de idea y que quiere enviarme fuera de la ciudad, junto con las
mujeres! Pero no, ya han partido las últimas carretas.
—El mensaje, si no bueno, es menos malo de lo que supones —dijo Pippin—.
Dice que si en lugar de ponerme cabeza abajo prefieres mostrarme la ciudad,
podrías acompañarme y aliviar mi soledad un rato. En compensación, yo podría
contarte algunas historias de países remotos.
Bergil batió palmas y rió, aliviado.
—¡Todo marcha bien, entonces! —gritó—. ¡Ven! Dentro de un momento
íbamos a salir hacia la Puerta, a mirar. Iremos ahora mismo.
—¿Qué pasa allí?
—Esperamos a los Capitanes de las Tierras Lejanas; se dice que llegarán
antes del crepúsculo, por el Camino del Sur. Ven con nosotros y verás.
Bergil mostró que era un buen camarada, la mejor compañía que había
tenido Pippin desde que se separara de Merry, y pronto estuvieron parloteando y
riendo alborozados, sin preocuparse por las miradas que la gente les echaba. A
poco andar, se encontraron en medio de una muchedumbre que se encaminaba a
la Puerta Grande. Y allí, el prestigio de Pippin aumentó considerablemente a los
ojos de Bergil, pues cuando dio su nombre y el santo y seña, el guardia lo saludó
y lo dejó pasar; y lo que es más, le permitió llevar consigo a su compañero.
—¡Maravilloso! —dijo Bergil—. A nosotros, los niños, ya no nos permiten
franquear la puerta sin un adulto. Ahora podremos ver mejor.
Del otro lado de la puerta, una multitud de hombres ocupaba las orillas del
camino y el gran espacio pavimentado en que desembocaban las distintas rutas a
Minas Tirith. Todas las miradas se volvían al Sur, y no tardó en elevarse un
murmullo:
¡Hay una polvareda allá, a lo lejos! ¡Ya están llegando!
Pippin y Bergil se abrieron paso hasta la primera fila, y esperaron. Unos
cuernos sonaron a la distancia, y el estruendo de los vítores llegó hasta ellos como
un viento impetuoso. Se oyó luego un vibrante toque de clarín, y toda la gente que
los rodeaba prorrumpió en gritos de entusiasmo.
—¡Forlong! ¡Forlong! —gritaban los hombres.
—¿Qué dicen? —preguntó Pippin.
—Ha llegado Forlong —respondió Bergil—, el viejo Forlong el Gordo, el
Señor de Lossarnach. Allí es donde vive mi abuelo. ¡Hurra! Ya está aquí, mira.
¡El buen viejo Forlong!