Page 897 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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orden más noble de seres humanos y la nación o raza que haya sido bendecida con la
posesión de pensadores iluminados es, sin duda, afortunada y su nombre se recordará
gracias a ellos. En la famosa escuela pitagórica de Crotona, la filosofía se consideraba
indispensable para la vida del hombre. Si alguien no comprendía la dignidad del
raciocinio, no se podía decir que estuviera vivo de verdad; por eso, cuando por su
perversidad innata algún miembro se retiraba voluntariamente o era expulsado de la
fraternidad filosófica, se le ponía una lápida en el cementerio comunitario, porque
quien abandonase las actividades intelectuales y éticas para volver a ingresar en la
esfera material, con sus ilusiones de los sentidos y su falsa ambición, se consideraba
muerto para la esfera de la realidad. La vida representada por la esclavitud de los
sentidos era, para los pitagóricos, la muerte espiritual, mientras que para ellos la vida
espiritual era la muerte en el mundo de los sentidos.
La filosofía otorga vida, porque revela la dignidad y el propósito de la vida. El
materialismo otorga muerte, porque embota o nubla las facultades del alma humana
que deberían responder a los impulsos vivificantes del pensamiento creativo de la
virtud enaltecedora. ¡Cuán por debajo de estos principios están las leyes por las que
nos regimos los hombres en el siglo XX! Hoy el hombre, una criatura sublime con una
capacidad infinita de autosuperación, en su esfuerzo por ser fiel a principios falsos, se
aparta de su derecho inalienable al conocimiento —sin darse cuenta de las
consecuencias— y cae en la vorágine de la ilusión material. Dedica el período
precioso de sus años terrenales al esfuerzo penosamente inútil de establecerse como
un poder imperecedero en un reino de cosas perecederas. Poco a poco va
desapareciendo de su mente objetiva el recuerdo de su vida como ser espiritual y
concentra todas sus facultades parcialmente despiertas en el hervidero de la colmena
de la laboriosidad, que, en un momento dado, llega a ser para él la única realidad.
Desde las elevadas alturas de su egoísmo, se hunde poco a poco en las sombrías
profundidades de la fugacidad. Cae al nivel de las bestias y de forma animal masculla
los problemas que surgen de su conocimiento insuficiente del plan divino. Aquí. en la
confusión chillona de un gran infierno industrial, político y comercial, los hombres se
retuercen en medio del dolor que se provocan ellos mismos y, tendiendo las manos
hacia las nieblas que se arremolinan, tratan de agarrar y de sujetar los fantasmas
grotescos del éxito y el poder.
Desconocedor de la causa de la vida, desconocedor de la finalidad de la vida y
desconocedor de lo que hay más allá del misterio de la muerte, aunque posee en su
interior la respuesta a todas estas preguntas, el hombre está dispuesto a sacrificar lo
hermoso, lo verdadero y lo bueno que hay dentro y fuera de sí mismo sobre el altar

