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UNDERCITY









                    Parqual Fintallas había sido un historiador cuando todavía respiraba. Sabía todo
           lo que había que saber acerca Lordaeron y recordaba, con mucho afecto, el tiempo que
           pasó con su esposa, Mina, y su hija, Philia, en su modesta pero cómoda cámara en la
           Ciudad Capital. Incluso ahora, podía recordar el olor de la tinta y el pergamino mientras

           garabateaba notas de varios mohosos tomos antiguos y el tono dorado como la miel de la
           luz que se filtraba. El chisporroteo del fuego, cálido y reconfortante mientras trabajaba
           hasta entrada la noche junto a la luz de las velas. A veces Mina enviaba a Philia para

           entregarle la cena cuando estaba demasiado absorto para ir a la mesa. Él la sentaba en su
           regazo cuando era más joven y la invitaba a sentarse con él cuando era más grande,
           animándola  a  buscar  en  la  masiva  biblioteca  mientras  él  se  daban  un  festín  con  la

           excelente comida de Mina.

                    Pero no había fuego chisporroteando en Undercity, ni aromas de pergamino y tinta

           y deliciosa comida preparada con amor por una cálida y sabia compañera de vida. No hija
           para acribillarlo con preguntas que habría querido responder. Sólo frialdad, humedad, el
           nauseabundo olor a podrido y el espeluznante brillo verde del río contaminado que fluía

           a través de la necrópolis subterránea.


                    Esos recuerdos estaban demasiado frescos para ser otra cosa que dolorosos, pero
           seguían siendo dulces. Los renegados estaban fuertemente desalentados de visitar lugares
           que habían amado en vida. Su hogar ya no era Lordaeron sino Undercity, un lugar que,
           igual que sus habitantes que ya no tenían necesidad de dormir, no distinguía entre día y

           noche.


                    Una o dos veces, Parqual se había escabullido a su antigua morada, llevando libros
           de contrabando a Undercity. Pero había sido atrapado una vez y amonestado. Sus libros
           habían sido confiscados. No hay necesidad de recordar la historia humana de éste lugar,

           le habían dicho. Sólo la historia de Undercity importa ahora.

                    Con los años, había hecho uso de aventureros para obtener más libros, cada uno

           preciado para él. Pero no podía usar aventureros que buscaban oro o fama para traer de
           vuelta lo que había perdido. Mina estaba muerta o era una monstruosidad que farfullaba.
           Y Philia, su brillante, preciosa muchacha, aún era humana, posiblemente estaría viva.

           Pero, aun así, estaría horrorizada ante lo que se había convertido su adorado padre.

                    Durante mucho tiempo, se había creído único en su melancolía. Pero entonces

           Vellcinda había fundado el Concejo Desolado para cuidar a la ciudad en ausencia de la



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