Page 117 - Cómo aprendimos a volar (II Edición)
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las cosas, que las alas guarda- das no duelen mucho, que nos acostumbremos, que por andar volando nos podemos estre- llar. Pero la satisfacción que se siente al realizar los primeros vuelos, hace que todo lo valga, hace que el corazón crezca y revolotee en el pecho, con esos 1200 latidos por minuto de nuestros pequeños corazones de colibrí. Y luego vemos que a nuestras wawas colibríes no les molesta nuestro vuelo, sino que se alegran, y que les
da ejemplo de que
también lo pueden
hacer. Las wawas no
nos atan, solo están
en una etapa dife-
rente de crecimiento
y desarrollo, y nues-
tro cuidado debe
potenciar su vuelo sin limitarlo ni limitar el nuestro.
Segunda parte. Cómo aprendí a volar
Para volar, podemos buscar una bandada a la que unirnos. Las bandadas de aves
mujeres sororas las hay de todos tipos y en todos los luga- res. Puede ser la compañera del trabajo, la vecina del barrio, las
otras madres de familia en las escuelas, las podemos encon- trar en los parques que fre- cuentamos, en los grupos de oración, en las compañeras del colegio o de la universidad, en la comunidad, en todos lados. Para juntarnos solo necesita- mos saber escuchar, mirarlas con confianza, saber que tienen toda la capacidad otorgada por el universo para volar y vivir ple- namente. Juntas nos apoyamos.
Pero claro, para ver esa energía en las otras mujeres, debemos reconocerla y sen- tirla en nosotras mismas. No nos han
enseñado cómo, pero yo creo que no es difícil: es mirarse al espejo y agrade-
cerse a una misma por ser y estar, abrazarnos y felicitarnos, a veces regañarnos con ternura, cuidarnos las heridas, escuchar a la intuición, hablarnos con palabras tiernas, mirarnos las virtudes y abrazarnos los defec- tos. Podemos y debemos darnos tiempo: tiempo para ir a una alegre fuente de agua con nues- tras amigas, para una siesta tranquila, para ir a los lugares que nos gustan, para beber el
“Para ver esa energía en las otras mujeres, debemos reconocerla
y sentirla en nosotras”
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