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la problemática y las consecuencias que traerá no sólo para el grupo involucrado, sino para otros que
directa o indirectamente se encuentran vinculados a ella, en este caso, el Pueblo de México, usuario del
servicio público de energía eléctrica.
A eso dedicamos nuestros esfuerzos aquellos meses quienes asistíamos al Zócalo con regularidad, ya
fuera a una hora u otra, a fortalecer la acción del sindicato habitando noche y día la plaza más emblemática
del país. No obstante, la dimensión política de un plantón se desdobla en múltiples expresiones, culturales,
académicas, sociales, comerciales… que dan origen a anécdotas, comportamientos y relatos, algunos de
los cuales resultan más reveladores de aquello que manifestaron en las circunstancias en que ocurrieron,
pero precisamente porque tuvieron lugar en ese contexto.
En un plantón tan prolongado como aquél, los ejemplos abundan. Pongamos por caso el dominó, la
“ficha”, que en la mayoría de las carpas se revolvía sobre las mesas al declinar el día y no pocas veces
duraba hasta el amanecer.
Su propósito evidente era aligerar la espesura de las horas, entretener a quienes participaban de la
jugada durante la guardia, pero su naturaleza matemática: probabilidad y estadística, y su ejecución en
parejas, esto es, en equipo, aunados a otros elementos, como la jerga característica del juego, sugieren
que el dominó en las carpas del plantón se desarrollaba con tintes de alegoría de nuestra resistencia.
Veamos:
Lo primero: la sopa, el movimiento en apariencia caótico de las fichas sobre la mesa, guardaba una
analogía con el desplazamiento continuo que se vivía en los callejones que delimitaban las carpas, en el
que lo mismo participábamos los miembros del SME que quienes pasaban por ahí, y que se intensificaba
a ciertas horas.
En este mismo sentido (ya hemos dicho que el juego regularmente daba inicio al ocaso), la marcha
vespertina alrededor de la gigantesca “mesa” del Zócalo, cuyo propósito era mostrarnos a la luz del sol
por última vez cada día y hacer oír nuestra voz más alto que el barrullo antes de que llegara la noche con
su silencio, podríamos semejarla a una suerte de señal en la que su conclusión daba apertura a las partidas.
Una vez levantadas las piezas elegidas (cuando teníamos la oportunidad de elegir), se realizaba el
recuento de las probabilidades y la formulación y reformulación de la estrategia que los recursos a nuestro
alcance (la concentración, visión y pericia de la pareja, así como la tirada del adversario) nos permitían
colocar cuando nos tocaba el turno, a la espera, siempre a la espera si no llevábamos la mano, de la ocasión
propicia para arrebatar la iniciativa al oponente.
Para unos más y para otros menos, de acuerdo a la personalidad de cada participante, el lenguaje
siempre daba espacio para el doble sentido y la expresión jocosa, y algunos términos eran resignificados
al calor de la contienda; por ejemplo, “la de seises”, la mula más “pesada”, la “caja de refrescos”, la que
todos repudiaban y de la que buscaban deshacerse (si no tenía cabida en su estrategia), de pronto, por todo
lo anterior y por ser la más “gorda”, comenzó a ser conocida como la mamá de…¡Caray, adivinaron!: de
quienes ante su manifiesta ineptitud, intentaban la trampa. Como si de altos o bajos representantes del
gobierno se tratara, con mayor o menor descaro, no faltaban aquellos que buscaban hacer uso del engaño,
que de manera sistemática trataban de pasar en falso o que, una vez terminada la mano, al momento de
contar tenían la administrativa y burguesa costumbre de hacerlo a su favor sin el mínimo decoro.
En fin, podríamos continuar buscando semejanzas, y tal vez las encontraríamos, pero pasaremos a
otro de los asuntos entrañables del plantón de 2011: los cumpleaños.
Lo mismo que en otros plantones, o como en los campamentos que se montaron desde el inicio del
conflicto para impedir el saqueo de las instalaciones de Luz y Fuerza -el Garitón en Necaxa o el Centro