Page 1 - SERES - MAYELA
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Ine Lanfranchi - Fernando Molinari




                                                                                                                                                          realizado y narrado en vivo en E.M.E.I. Escuela Modelo de
                                                                                                                                                                                      Educación Integral (Merlo)


                                                                                                                                                       MáYeLa








                                                                                                                                                         GUArdIAnA dEL AMOr





                                                                                                                                                               Inspirado en una historia de Daniel  de La Carolina



                                                                                                                                                      áyela fue una mujer nativa de los montes precolom-
                                                                                                                                                      binos de San Luis. Alta y delgada. Era aprendiz de
                                                                                                                                             hechicera porque ese era su don, heredó de su abuela los co-

                                                                                                                                             nocimientos de las hierbas medicinales, las reconocía a cien

                                                                                                                                             pasos de perfume o cuando las luces y sombras indicaban el
                                                                                                                                             sitio donde hallarlas.

                                                                                                                                                Sus ojos eran misteriosas  chispas  divinas que encendían
                                                                                                                                             más de un corazón. Sus cabellos “son el reflejo de nuestros

                                                                                                                                             pensamientos”  decían las ancianas de saber. Volaban al vien-
                                                                                                                                             to como serpientes y eran tan largos como sus años. Cuan-

                                                                                                                                             do se inclinaba a recoger las hierbas se los acomodaba a un
                                                                                                                                             costado del cuello y allí el monte  la besaba con labios de

                                                                                                                                             fragancias. Por ello olía a madera con menta y miel. Su piel
                                                                                                                                             oscura tenía el desafío de las cascadas  que invitaba a romper
                                                                                                                                             espejos de agua.

                                                                                                                                                Para Máyela amar era habitual, todas las mujeres de su

                                                                                                                                             tribu lo hacían, vivían para gozar y porque gozaban el Saber
                                                                                                                                             se les develaba  a cada paso.



                                                                                                                                                                                  47
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