Page 5 - SERES - MAYELA
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Ella lo llevó a los orígenes de la vida. Con naturalidad,

                              se expandió en cada roca, a cada sierra, fue atardecer, fue
                              nube dorada, sus ojos se abrieron como cielo sagrado. Ab-

                              sorbió todos los aromas en cada inspiración  y con sus lati-
                              dos le entregaba el saber que vivía en ella. no podía dejar
                              de  ser hechicera, todo  sucedía con  magia, era habitual,

                              menos para él.


                                 Las aves, las ramas,  la brisa suspiraron con alivio.


                                 Se relajaron.  Ambos permanecieron derramados sobre el
                              seno de la roca, el tiempo se esfumó,  el sol desapareció  dora-

                              do y las primeras  estrellas se apuraron para verlos, curiosas.
                              El viento del atardecer  los regresó a sus cuerpos,  su concien-

                              cia, su lugar.

                                 Él temió ante tanto poder y se apartó de ella con torpeza,
                              desechó su visión y quien la provocaba, la tomó de los bra-

                              zos y la arrojó muy lejos de sí, mientras se tomaba la cabe-
                              za con sus dos manos, tapando sus oídos, cerrando los ojos,

                              queriendo acallar  el misterio develado. Todo era primitivo,
                              primero, desconocido y repudiado.

                                 Ella sintió frío, su percepción dilatada se congeló ante la
                              sombra del hombre  blanco y conoció el arrepentimiento.

                              descubrió la frialdad, la violencia después del sexo  cuando
                              todo él fue sombra. Aprendió,  de los ojos celestes del hombre

                              blanco, cómo luce la ferocidad de la civilizada dominación.
                              Él acercó  sus manos desnudas con un  gesto diferente al de

                              la caricia, la rodeó ahora por la boca abierta del cuello y lo
                              apretó tan profundamente  como la mirada que no se alejó de
                              ella hasta que los marrones registros  akáshicos se apagaron

                              definitivamente, hasta que la chispa divina fue ceniza.




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