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por  lo  menos  conté  con  la  suerte  de  tener  un  puesto  para

                  sentarme  sin  tener  que  pasar  la  vergüenza  de  salir  a  conseguir

                  una fuera del salón para luego entrar y volverme a topar con la
                  mala cara del profesor, cuando llego al bendito puesto, adivinen?

                  Por  supuesto,  lo  entendí  todo,  a  penas  me  percaté  de  que  era

                  justo el último puesto, en el rincón del salón donde justamente
                  caían las gotas de la helada agua que botaba un viejo aire que

                  apenas  enfriaba  y  hacía  un  ruido  con  el  que  dudaba  poder

                  concentrarme, solo podía pensar en la suerte que no tenía, ya no
                  me podía sentir peor, cuando escucho aquello gruesa y ronca voz

                  con un tono altanero y sarcástico se dirigió a mí: -cuánto tiempo

                  más tendremos que esperar para seguir con la clase que además
                  interrumpió?


                  Ese  momento  donde  gritas  en  lo  más  profundo  de  tu  ser:

                  ¡trágame  tierra  y  escúpeme  lejos  de  aquí!  Ya  era  imposible
                  sentirme  más  ridiculizada,  más  primípara  que  todos  los  54

                  primíparas; Sí eran muchos para un solo salón, pero nada raro en

                  una universidad pública, se encontraban clavándome su mirada
                  de pena ajena y otros de burla, pero ya que más podía hacer, en

                  medio de todo eso , no fui siquiera capaz de dar media vuelta y

                  darle  la  cara  al  profesor  para  no  aterrorizarme  más  con  su
                  aspecto rudo, me quedé callada, mientras me doy cuenta que la

                  persona que se encontraba al lado del bendito asiento, saca un

                  pañuelo y seca la silla. Dirige su mirada hacia  mí y me dice  -
                  ruédala un poco para que te puedas sentar sin mojarte, a lo que

                  callada y asombrada hago caso omiso. Sentí por fin terminar con

                  ese bochornoso suceso, inmediatamente le  devuelvo su pañuelo
                  y aprovecho para agradecerle, a lo que ella simplemente sonrió.
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