Page 5 - Brugger Karl Crnica de Akakor
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recorridas por pasadizos subterráneos artificiales no puede sorprender a los expertos.
En un libro anterior, yo mismo he afirmado haber contemplado tales estructuras
subterráneas con mis propios ojos. La Crónica de Akakor proporciona respuesta a
muchas de las cosas que tan sólo se suponen en otras obras sobre temas similares.
INTRODUCCIÓN
La Amazonia comienza en Santa María de Belém, a 120 kilómetros de las costas del Atlántico.
En el año 1616, cuando doscientos soldados portugueses bajo el mando de Francisco Castello
Branco tomaron posesión de este territorio en nombre de Su Majestad el rey de Portugal y
España, su cronista lo describió como un fragmento de tierra pacífico y acogedor con árboles
gigantescos. Hoy, Belém es una inmensa ciudad con rascacielos, embotellamientos de tráfico y
una población de 633.000 habitantes. Constituye el punto de partida de la civilización blanca en
su conquista de los bosques vírgenes de la Amazonia. Durante cuatrocientos años, ha logrado
conservar las huellas de su heroico y místico pasado. Ruinosos palacios de estilo colonial y
casas de azulejos con enormes portales de hierro dan testimonio de una época notable en la
que el descubrimiento del proceso de vulcanización del caucho elevó a Belém al rango de una
metrópoli europea. El mercado de dos plantas del puerto se remonta asimismo a aquel período,
y en él puede adquirirse todo tipo de cosas: pescado procedente del río Amazonas o del
océano; frutas tropicales de dulcísimos olores; hierbas, raíces, bulbos y flores medicinales;
dientes de cocodrilo a los que se cree poseedores de propiedades afrodisíacas, y rosarios de
terracota.
Santa María de Belém es una ciudad de contrastes. Ruidosas calles comerciales en el centro,
pero el mundo de la jungla de la isla Marajó —en un tiempo habitada por una de las grandes
civilizaciones que intentaron conquistar la Amazonia— está tan sólo a dos horas de viaje río
arriba, en la orilla opuesta. Según la historia tradicional, los marajoaras llegaron a la isla hacia
el año 1 100 d. de C., cuando su civilización se encontraba en su momento culminante, mas
cuando los exploradores europeos arribaron, el pueblo ya había desaparecido. Lo único que
quedan son hermosas cerámicas, estilizadas figuras que claramente expresan tristeza, alegría,
sueños. Parecen querer decirnos una historia, pero ¿cuál?
Hasta llegar a la isla Marajó, el Amazonas es una laberíntica red de canales, afluentes y
lagunas. El río recorre una distancia de 6.000 kilómetros: nace en el Perú y se precipita por los
rápidos de Colombia, cambiando su nombre en cada país por el que atraviesa: de Apurímac a
Ucayali y Marañón, de Marañón a Solimóes. Desde la isla Marajó hasta su desembocadura, el
Amazonas lleva más agua que ningún otro río del mundo.
Una gran lancha motora, el único medio de transporte en la Amazonia, tarda tres días en llegar
desde Belém hasta Santarém, el poblado de importancia más próximo. Resultaría imposible
comprender el gran río sin haber viajado en estas lanchas motoras que incorporan la noción
amazónica del tiempo, de la vida y de la distancia. Río abajo pueden recorrerse 150 kilómetros
por día (no por hora); en estos botes el tiempo se consume comiendo, bebiendo, soñando y
amando.
Santarém está situada en la orilla derecha del Amazonas, en la desembocadura del río
Tapajoz. Su población de 350.000 habitantes pasa por una época de fortuna, pues la ciudad es
la terminal de la Transamazónica y atrae a buscadores de oro, contrabandistas y aventureros.
Aquí floreció una de las más antiguas civilizaciones amazónicas, el pueblo de los Tapajoz,
probablemente la tribu más numerosa de indios de la jungla. El historiador Heriarte afirmaba
que, cuando era necesario, la tribu podía reunir hasta 50.000 arqueros para una batalla. Sea o
no una exageración, los tapajoz eran lo suficientemente numerosos para abastecer a los
mercados portugueses de esclavos durante ochenta años. Esta orgullosa y antigua tribu no ha
dejado nada detrás de sí, salvo especímenes arqueológicos y el río que lleva su nombre.
En el recorrido que va desde Santarém hasta Manaus nos salen al paso ríos, ciudades y
leyendas del mundo amazónico. Parece ser que el aventurero español Francisco de Orellana
luchó contra las amazonas en la desembocadura del río Nhamunda. El lago lacy, el Espejo de
la Luna, queda en la orilla derecha del río, cerca del poblado de Faro. Según la leyenda, en la
luna llena las amazonas se descolgaban desde las montañas cercanas hasta el lago para
encontrarse con sus amantes, que las aguardaban. Sumergían en el lago unas extrañas
piedras que, bajo el agua, podían amasarse como el pan, pero que en tierra firme eran rígidas y
compactas. Las amazonas denominaban a estas rocas Muiraquita y se las regalaban a sus
amantes. Los científicos consideran a estas piedras como milagros arqueológicos: son duras
como el diamante y están modeladas artificialmente, aunque se ha demostrado que los tapajoz