Page 11 - Mitos de los 6 millones
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comunidad judía, alemana y extranjera, no tanto de la derrota de 1918 como de las
inusitadamente duras condiciones de paz. Esto quedaría confirmado con una inaudita
declaración del Ex-Primer Ministro Britanico, Lloyd-George, que manifestaría, años más
tarde, ante una sorprendida Cámara de los Comunes:
«En 1917, el Ejército Francés se amotinaba, Italia está derrotada, Rusia muere por la
Revolución y América aún no está luchando a nuestro lado.. .Repentinamente nos llega la
información de que es de una importancia vital para los Aliados conseguir el apoyo de la
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comunidad mundial judía...».
Es preciso hacer constar que Lloyd-George no era, ciertamente un antisemita que
buscara desprestigiar a los judíos o crearles dificultades; es más, durante varios años fué
abogado del Movimiento Sionista de Inglaterra. Para agravar aún más el deterioro de las
relaciones entre alemanes y judíos, en los procesos que se incoaron entre 1919 y 1930
contra acaparadores «millonarios de guerra» y, en general, toda clase de delitos de estafa,
diversos miembros de la comunidad israelita aparecieron con monótona regularidad en los
lugares de honor (sic). Así, hombres como Sklarz, Barmat, Kasmarek, Parvus-Helphand,
Kutisker, emigrantes recien llegados de los ghettos del Este de Europa. Jaques Meyer,
dirigente de la Central de Compras Alemana en Holanda, que se enriqueció a costa de sus
conciudadanos, Ludwig Katznellenbogen, director del mayor de los consorcios cerveceros de
Alemania, condenado a prisión por malversación de fondos; los hermanos Fritz y Alfred
Rotter, propietarios de un inmenso trust teatral, que huyeron a Francia antes de ser
procesados. Todo esto puede ser calificado de «anecdótico», e incluso de «poco
representativo». Pero lo que, según muchos alemanes – no necesariamente nazis –era
verdaderamente representativo es que jamás, en ningún caso. ningún judío prominente, de
algún peso específico dentro de la comunidad, alzó su voz para condenar a sus
correlegionarios. Esto fué interpretado como una aprobación tácita de su conducta. Esa
condena hubiera sido muy útil, aún cuando sólo hubiera servido para contrarestar las
campañas anti-alemanas que otros judíos, particularmente desde Francia y los Estados
Unidos, desencadenaron entonces, con notoria falta de oportunidad, varios años antes de la
llegada de Hitler al poder. Incluso en la propia Alemania, el judío Weiszman Secretario de
Estado de Prusia, intervino a favor del convicto estafador Sklarz, destituyendo al fiscal.
La desproporcionada participación de la comunidad judía en la delincuencia alemana
fué atestiguada por el escritor hebreo Ruppin quien, a base del manejo de las estadísticas
llega a un resultado mucho mayor de criminalidad judía para delitos comerciales a los que
puedan corresponderle en relación a la participación hebrea en el comercio. Según ese autor,
los judíos eran trece veces más numerosos que los no judíos, atendiendo a las respectivas
cifras de población, en los delitos de especulación ilícita y usura; nueve veces más én los de
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quiebra fraudulenta y cinco veces más en los de encubrimiento y complicidad.
Comprobaciones similares hace el israelita Wassermann, en las que demuestra que la
criminalidad de los judíos en el año 1900, y en lo que se refiere a la quiebra simple fué
diecisiete veces mayor para las quiebras fraudulentas. Tales cifras las obtuvo tomando
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expresamente en consideración la participación porcentual en las profesiones comerciales.
No debe omitirse la participación judaica en determinados delitos especialmente
vituperables, como el contrabando de drogas y la pornografía. El organismo oficial
«Central para la lucha contra el uso de estupefacientes» comprobó que en el año 1921, de
los 232 traficantes internacionales de estupefacientes, 69, es decir, el 26 por ciento, eran
judíos. Teniendo en cuenta que la comunidad judía representaba aproximadamente el 0,7 por
1 David Lloyd-George, declaración ante la Cámara de los Comunes. Citado por Arthur Rogers en «El
Misterio del Estado de Israel», pag. 42.
2 Max Ruppin: «Die Juden den Gegenwart».
3 Jakob Wassermann: «Beruf, Konfession und Verbrechen».
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