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                 Tocante á la habitabilidad antediluviana del Nue-
              ^
             vo MundOi hay que fijarse en otra consideración. No
             hay duda de que el Criador, al formar el Planeta Te-
             rrestre, tuvo la mira de que todo él fuese habitado: en
             tal virtud, no es   lógico ni verosímil suponer que el
             Continente americano, que forma una extensa por-
             ción de la superficie de ese mismo Planeta, lo hubiese
             dejado Dios inhabitado durante 1656 años que, según
             la cronología  del texto hebraico del Génesis, trascu-
             rrieron desde la Creación del Mundo hasta      el Diluvio
             Universal (1), pues ese texto bíblico, en su cap, IX es
             tan explícito al respecto, que dice: Creced y multipli-
             caos y  poblad la Tierra» En cumplimiento de este
             precepto divino, incuestionable es, que la América co-
             mo los demás continentes     terrestres, fuera habitada
             desde la Creación del Mundo; supuesto, que nos permi-
             te retroceder, nuevamente, á    la cuestión de la autoc-
             tonía de   los  primitivos habitantes    del  Continente
             americano, que, según opinión de algunos poliphiletei,
             es indudable que descendieron de una pareja distinta

             de la de Adán y Eva (2),



                (1)  Esto es, según el Génesis; pero, según opinión de algunos sabios
             etnógrafos, la Creación del Mundo data de millones de años antes del Di-
             luvio iJniversal.
                                       ^                             ,
                (2)  El Rev. Padre Fr. Pedro Simón, historiador, que apesar de su es-
             tado sacerdotal, es imparcial en esta materia, opina también que la Amé-
             rica fué poblada antes  del Diluvio Universal; al  efecto, refiere un hecho
             que  si fuere cierto, no dejaría duda alguna sobre tal teoría.  Pero, como
             este hecho no deja de ser alguna patraña de las muchas que ciertos es-
             critores han derramado sobre el Nuevo Mundo, y, en este caso, para pro-
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