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LITERATURA




                    Platero y yo: la obra cumbre del autor (1914)





               Vamos a hablar ya de las obras más importantes de Juan Ramón Jiménez para mencionar la obra
             cumbre de su carrera: Platero y Yo. Se trata de un relato cargado de poesía y que nos relata la vida de un
             burro que responde al nombre de Platero. Durante el libro asistimos a diferentes escenas que nos pre-
             sentan el día a día de este protagonista sin que los relatos tengan una relación temporal o cronológica.
             El espacio de la narración sí que es compartido por  todos los relatos, un espacio que nos sitúa en Mo-
             guer, el pueblo en el que Juan Ramón
             Jiménez vivió durante su infancia.


                     Platero y Yo es una publicación
             que apareció en el 1914 y que está di-
             rigido para  lectores   adultos; no ob-
             stante, por la presentación de la obra
             y por su personaje, el relato fue leído
             también por niños consiguiendo un
             gran éxito global. En las páginas del li-
             bro nos encontramos con que el autor
             realiza críticas a la sociedad española
             de una forma punzante y satírica.


               Pero lo que más llama la atención
             de esta obra y el motivo por el cual
             es la mejor valorada de Juán Ramón
             Jiménez es por su estilo literario. En todo momento nos encontramos con relatos en los que hay una
             exquisita selección del lenguaje y donde el vocabulario es exuberante e, incluso, inventado. Abundan
             los estudios realizados sobre los neologismos en Platero y Yo, palabras que el autor creó para definir el
             mundo onírico en el que vivía su protagonista. Un estilo muy poético y depurado que conquista desde
             el primer minuto y del que es difícil despegarse.






              “Una niña, rota y sucia, lloraba sobre una rueda, queriendo ayudar con el empuje de su pechillo
              en flor al borricuelo, más pequeño, ¡ay!, y más flaco que Platero. Y el borriquillo se despachaba
               contra el viento, intentando, inútilmente, arrancar del fango la carreta, al grito sollozante de
               la chiquilla. Era vano su esfuerzo, como el de los niños valientes, como el vuelo de esas brisas
                             cansadas del verano que se caen, en un desmayo, entre las flores”.













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