Page 170 - La sangre manda
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Acto seguido desaparece.
La señora Braddock se mete la mano en el bolsillo del vestido y ofrece a
Charlotte un pañuelo de papel.
—Es muy normal que estén alterados el día que se mudan aquí. Se
calmará. Señora Gibney, si se siente usted en condiciones, tenemos más
papeleo del que ocuparnos.
Charlotte asiente. Por encima del pañuelo empapado se le ven los ojos
enrojecidos y húmedos. Esta es la mujer que me reñía por llorar en público,
piensa Holly, maravillada. La que me pedía que no pretendiera ser el centro
de atención. Esto es el desquite, y a mí no me hacía ninguna falta.
Aparece otro celador (están por todas partes, piensa), que carga las
maletas de tartán descoloridas del tío Henry y su portatrajes de Brooks
Brothers en un carrito, como si esto no fuera más que un Holiday Inn o un
Motel 6. Holly lo observa y contiene su propio llanto cuando Jerome la coge
con delicadeza del brazo y la lleva afuera.
Se sientan en un banco a pesar del frío.
—Me apetece fumar —dice Holly—. Por primera vez en mucho tiempo.
—Simúlalo —sugiere él, y exhala una bocanada de aliento empañado.
Holly inhala y expulsa su propia nube de vaho. Simula.
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No se quedan a dormir, aunque Charlotte les asegura que hay sitio de sobra.
Holly preferiría que su madre no pasara sola esta primera noche, pero no
soporta la idea de quedarse. No es la casa donde Holly se crio, pero la mujer
que vive aquí es la mujer con la que se crio. Ahora Holly es muy distinta de la
chica pálida, fumadora empedernida y escritora de poesía (mala poesía) que
se crio a la sombra de Charlotte Gibney, pero en su presencia le cuesta
recordarlo, porque su madre todavía la ve como la niña trastornada que iba a
todas partes con los hombros encorvados y la mirada baja.
Esta vez es Holly quien conduce durante el primer tramo, y Jerome, el
resto del camino. Hace rato que es de noche cuando ven las luces de la
ciudad. Holly, entrando en un duermevela, piensa de manera inconexa en el
hecho de que el tío Henry la haya confundido con Janey, la mujer que voló
por los aires en el coche de Bill Hodges. Eso guía su pensamiento de nuevo a
la explosión en la escuela de secundaria Macready, y al corresponsal con el
bolsillo roto y polvo de ladrillo en las manos. Recuerda que pensó que por la
noche se percibía algo distinto en él.
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