Page 193 - La sangre manda
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no».
Entonces me preguntó si podía ser que también yo tuviera alguna
preocupación con respecto al atentado en la escuela de secundaria de
Pennsylvania, alguna preocupación relacionada con nuestras conversaciones
en terapia. En eso se estaba vanagloriando: no hubo conversaciones;
sencillamente yo hablé y Morton escuchó. Le di las gracias por llamar, pero
no contesté a su pregunta. Supongo que seguía furiosa por lo mucho que
había tardado en llamar.
[Aquí hay un suspiro audible.]
Bueno, de suponer nada, la verdad. Todavía necesito trabajar mis
problemas de ira.
Pronto tendré que interrumpirme, pero no debería llevarme mucho más
tiempo acabar de ponerte al corriente. Llamé a Lieberman al móvil, porque
era de noche. Me presenté como Carolyn H. y le pedí el nombre y el número
de contacto de su paciente. Me los dio, aunque de mala gana.
Dijo:
«El señor Bell tiene muchas ganas de hablar con usted y, después de
pensarlo detenidamente, he decidido acceder. Ya es un hombre muy mayor, y
esto viene a ser una última voluntad. Aunque debo añadir que, aparte de su
obsesión con ese supuesto vampiro psíquico, no padece el menor indicio del
declive cognitivo que a menudo vemos en los ancianos».
Eso, Ralph, me llevó a pensar en el tío Henry, que tiene alzhéimer.
Tuvimos que internarlo en un centro de asistencia el fin de semana pasado.
Pensar en eso me entristece mucho.
Lieberman dijo que el señor Bell tiene noventa y un años, y debió de ser
muy difícil para él acudir a su última sesión, pese a la ayuda de su nieto.
Explicó que el señor Bell padece diversas dolencias físicas, siendo la peor de
ellas una insuficiencia cardíaca congestiva. En otras circunstancias, añadió,
tal vez le habría preocupado que una conversación conmigo reforzara su
obsesión neurótica y enturbiara el resto de lo que podía ser una vida fructífera
y productiva, pero, dada la edad y el estado actuales del señor Bell,
consideraba que eso no era un gran problema.
Ralph, puede que sea una proyección por mi parte, pero el doctor
Lieberman me pareció un hombre un tanto pomposo. Aun así, dijo algo al
final de nuestra conversación que me conmovió, y se me ha quedado grabado.
Dijo: «Hablamos de un hombre mayor que está muy asustado. Procure no
asustarlo más».
No sé si me será posible evitarlo, Ralph. Yo misma estoy asustada.
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