Page 112 - Extraña simiente
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así se marcharía a otra parte.

                    —Hay algo que no te he contado —prosiguió Paul, con voz más suave.
                    Paul esperó a que ella dijera algo, pero no despegó los labios.
                    —No sé por dónde empezar…
                    Una pausa.

                    —Siéntate, ¿no?
                    Paul señaló hacia la cama. Ella no se movió de la ventana. Vio la mirada
               interrogadora en sus ojos y leyó: «Venga, continúa. No me quiero sentar».
               Paul volvió a cerrar los ojos brevemente y a suspirar.

                    —He  pensado  mucho  sobre  esto,  Rae.  Llevo  unas  cuantas  semanas  sin
               pensar  en  otra  cosa,  desde  que  el  niño…,  ya  sabes,  desde  que  el  niño  se
               murió. Y pienso que… Bueno, que… Que nos tenemos que marchar.
                    —Marcharnos —dijo Rachel, no como pregunta ni como afirmación, sino

               como si fuera la primera vez que oyera esta palabra y la estuviera probando.
                    —Hay… —Paul se cortó, parecía no saber cómo continuar.
                    La miró interrogante, como si ella pudiera terminar la frase.
                    Rachel siguió sin despegar los labios.

                    —El día antes de que muriera el niño… los vi, por eso sé que… En fin,
               que hay otros… como él, como el chico, Rachel.
                    Paul no esperaba en absoluto oír la risa metálica y breve de Rachel. La
               recibió  igual  que  si  fuera  un  golpe  en  el  estómago  que  le  cortara  la

               respiración.
                    —¿No me digas, Paul, hay otros…?
                    Rachel volvió a reírse.
                    —Sí —consiguió articular Paul.

                    —¿Ah, sí, Paul? Pensé que nunca te darías cuenta.
                    —Rachel, por favor…
                    Paul nunca había oído a Rachel emplear un sarcasmo tan chirriante.
                    —¿Crees  que  estoy  ciega,  Paul?  ¿Crees  que  tú  eres  el  único  que  se  da

               cuenta de las cosas, coño? ¿Crees que me estás contando algo que no supiera?
               Pues entérate, Paul, llevo meses sabiéndolo.
                    —No… yo…, quiero decir…
                    Paul la miró confundido e impotente.

                    —Sí —prosiguió—. Yo lo sabía… sólo que…
                    La confusión y la impotencia se transformaron abruptamente en cólera. Se
               quedó silencioso durante un momento, luego se dio media vuelta y se marchó
               de la habitación.







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