Page 107 - Extraña simiente
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ayudar más, aunque no le hubieran dado el mismo cariño (y el cariño también

               aleja a la muerte). También, al comienzo de su enfermedad, le podía haber
               dejado salir de la casa para que tomara el sol benefactor. Pero no había hecho
               ninguna  de  estas  cosas  y  ya  no  las  podría  hacer  nunca,  ni  siquiera  con  la
               memoria. En vez de eso, había hecho todo lo que le podía matar.

                    ¡Qué  mierda!  ¿Habría  escuchado  Paul,  realmente  escuchado,  las
               barbaridades que salieron de su boca? «Está muerto, eso es todo lo que puedo
               decir, Rachel. Y cualquier especulación que hagamos sobre cómo pudo morir
               o  por  qué  causa  será  contraproducente».  Magnífico,  muy  bonito  y  muy

               racional.  Y  muy  inhumano.  Uno  no  se  sorprende  de  que  una  máquina  de
               matar no tenga ningún sentimiento, pero el hombre que maneja la máquina…
                    Rachel  se  detuvo  en  el  último  peldaño,  acariciando  levemente  con  la
               mano la barandilla nueva.

                    Se  percató  de  que  estaba  pensando  objetivamente,  con  lógica.
               Aparentemente, como lo había estado haciendo Paul. Pero no se podía pensar
               así. La muerte lo imposibilitaba. Sobre todo, una muerte así.
                    Era como si algo se hubiera extraviado. Lo que sentía no era vacío, sino

               que sencillamente había esperado que ocurriera algo que nunca llegó.
                    Apretó la mano sobre la barandilla.
                    Ese algo, terminó por descubrir, era la tristeza. Sí, el sentimiento de culpa.
               A  ella  le  sobraba  ese  sentimiento  —aunque  no  era  el  sentimiento  de  culpa

               derrotista y autodestructivo que Paul le atribuía. Era mucho más débil, mucho
               más racional —¡mierda de palabra!— que eso. Pero no conseguía sentir pena.
               Pena por el niño. Ni siquiera la sentía por sí misma, que se había quedado
               sola, sin él. Era como si hubieran tenido una visita que hubiera interrumpido

               sus vidas y ahora se hubiera marchado.
                    Rachel  se  sentó  en  el  tercer  peldaño,  sin  soltar  la  barandilla.  ¿Sentía
               quizás… agradecimiento? No, eso era imposible… Ella había sido la madre
               del  niño  en  todos  los  aspectos  durante  estos  meses.  Y  ahora…  ella  y  Paul

               tenían  que  enterrarlo,  cavar  un  hoyo  profundo  en  la  tierra,  introducirlo  y
               cubrirlo…, y todo porque esos brazos, esas piernas, ese torso, todo eso que
               ayer  estaba  tan  maravillosamente  animado,  nunca  más  se…  ¡Oh!,  pero  se
               estaba poniendo sensiblera. Sensiblera y melancólica y…

                    Pero  eso  era  normal,  ¿no?  Todo  el  mundo  se  pone  así  cuando  muere
               alguien.
                    —¿Rachel?
                    Ella volvió instantáneamente la cabeza. Paul estaba de pie, en lo alto de

               las escaleras. Casi esperaba que llevara al niño en los brazos.




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