Page 30 - El Terror de 1824
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26         B.   PÉREZ  GÁLDÓS
         — No  siga?,  que  se  me  parte  el  corazón. —
      dijo  D.  Patricio  con  voz  entrecortada  por  loa
       sollozos. — (Cuánto  padecería  al  ver  que  su
       mísero  estado  corporal  no  le  permitía  batirse!
       ¡Qué  lucha  tan  horrenda  la  de  aquella  alma
       de  león,  al  sentirse  sin  cuerpo  que  la  ayudara!
         — El  pobrecito,  en  su  delirio  nombraba  á  los
       franceses  y  se  metía  debajo  del  jergón.  Serían
       las  doce  y  media  de  la  noche  cuando  entregó
       su  alma  al  Señor...
         —  ¡Ay,  parece  que  me  arrancas  las  entrañan!
       Calla  ya.
         — Yo  caí  prisionero,  fui  herido  de  un  bayo-
              netazo, y  después  d-e  tenerme  algunos  días  en
       un  calabozo  de  la  Carolina,  me  metieron  en  es-
         te carro.  Por  el  camino  se  nos  unió  el  General,
       preso  y  heiido  también,  y  juntos  hemos  llega-
         do aquí.  Dicen  que  nos  ahorcarán  á  todos.
         — Eso  es  indudable— contestó  Sarmiento  en
       tono  que  más  era  de  satisfacción  y  orgullo  que
       de  lástima. — ¡Fin  lamentable,  pero  glorioso!
       ¿Qué  mayor  honra  que  morir  por  la  libertad
       y  ser  mártires  de  tan  sublime  idea?
         Pajitos,  que  sin  duda  no  había  dado  hospe-
           daje en  su  pecho  á  tan  elevados  sentimientos,
       suspiró  acongojadamente.
         — Bendice  tu  muerte,  hijo  mío — añadió  Sar-
               miento, extendiendo  hacia  él  sus  venerables
       manos,  en  la  actitud  de  un  sacerdote  antiguo,
       —  bendice  tus  nobles  heridas,  pregoneras  de  tu
       indomable  valor  en  los  combates.  Has  sido
       atravesado  de  un  bayonetazo,  y  además  tienes
      heridos  la  cabeza  y  el  brazo.
         — Esto  que  tengo  en  el  arca  del  estómago
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