Page 181 - En nombre del amor
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EPÍLOGO EPÍLOGO
Junio, 2007.
El paisaje apagado de invierno había dado paso a una explosión de colores al final de la primavera, y mientras Travis permanecía sentado en el porche de la parte trasera de la casa, podía oír el canto de los pájaros. Docenas, quizá cientos de ellos, trinaban sin parar, y de vez en cuando una bandada de estorninos alzaba el vuelo desde los árboles, volando en formaciones que casi parecían coreografiadas.
Era un sábado por la tarde y Christine y Lisa todavía estaban jugando en el columpio que su padre les había montado con una rueda y una cuerda que había atado a un árbol la semana previa. La intención de Travis había sido montarles uno que fuera diferente a los columpios normales, que les permitiera a sus hijas columpiarse formando un amplio arco, por eso había cortado algunas de las ramas más bajas del árbol antes de asegurar la cuerda en una de las ramas más elevadas. Aquella mañana se había pasado una hora columpiándolas y escuchando cómo sus hijas gritaban y reían entusiasmadas; cuando se dijo que ya no podía más, tenía la camiseta empapada de sudor y pegada a la espalda. Las niñas todavía le pedían que continuara columpiándolas.
—Me parece que papi necesita unos minutos de descanso —jadeó él—. Papá está cansado. ¿Por qué no os columpiáis un ratito vosotras solas? Una se monta y la otra empuja, y luego al revés.
El desánimo, patente en sus caritas y en la forma en que dejaron caer desmayadamente los hombros, duró sólo unos momentos. Al cabo de unos minutos ya volvían a chillar entusiasmadas. Travis las contempló mientras se columpiaban y su boca se curvó en una leve sonrisa. Le encantaba el sonido musical de sus carcajadas y se le henchía el pecho al verlas jugar tan bien juntas. Esperaba que siempre siguieran tan unidas como entonces. Le gustaba creer que si seguían los pasos de Stephanie y los suyos, a medida que pasaran los años aún se harían más amigas. Por lo menos, ésa era su esperanza. Había aprendido que la esperanza era a veces todo lo que una persona tenía y, en los últimos cuatro meses, había aprendido a convivir con ella.
Desde que había tomado aquella decisión, su vida había vuelto gradualmente a una especie de normalidad. O, por lo menos, a un estado similar. Había ido a ver media docena de residencias con Stephanie. Antes de aquellas visitas, él pensaba que todas las residencias eran unos tugurios oscuros y malolientes donde los pacientes, desorientados y sin parar de gimotear, deambulaban por los pasillos en plena noche o estaban a todas horas vigilados por enfermeras medio psicóticas. Sin embargo, descubrió que ninguno de esos prejuicios era cierto. Por lo menos, no en las residencias que Stephanie y él visitaron.
En vez de eso, se encontró con que la mayoría disponía de unas instalaciones luminosas y ventiladas, dirigidas por profesionales de mediana edad, hombres o mujeres sensatos y serios, que se esforzaban hasta límites dolorosos para demostrar que sus instalaciones eran más higiénicas que la mayoría de las casas y que el personal era cordial, humanitario y profesional. Mientras que Travis se pasaba todo el rato que duraba la visita preguntándose si Gabby se sentiría feliz en un espacio como aquél o si sería la paciente más joven en la residencia, Stephanie se encargaba de realizar las preguntas más delicadas. Se interesaba por la experiencia previa de los empleados y por los procedimientos de emergencia que seguían, se preguntaba en voz alta con qué rapidez resolvían las quejas y, mientras recorría los pasillos, dejaba claro que estaba bien informada de
NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
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