Page 49 - En nombre del amor
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«¿Qué diantre había sucedido?»
La pregunta resumía con bastante precisión el estado mental en el que quedó sumida Gabby durante el resto de aquella mañana. No importaba si estaba enfrascada en revisiones pediátricas (un par), o diagnosticando una otitis (cuatro veces), dando una vacuna (una vez), o recomendando una radiografía (una); trabajó como un autómata, con el piloto automático encendido, sólo consciente a medias, mientras que la otra parte de su conciencia se había quedado atrapada en el porche, preguntándose si realmente Travis le había tirado los tejos y si quizá, sólo quizás en cierta manera eso le había gustado.
Deseó por enésima vez disponer de una amiga en la ciudad para comentar la jugada. No existía nada mejor que una buena amiga en quien confiar, y a pesar de que había varias enfermeras en la clínica pediátrica donde trabajaba, su posición de asistente médica parecía erigir un muro de separación entre ellas. A menudo oía cómo las enfermeras charlaban y se reían, pero se apresuraban a callarse cuando ella se acercaba. Aquello le provocaba esa desagradable impresión de aislamiento que la angustiaba desde que se había mudado a aquella localidad.
Después de acabar la visita con su último paciente (necesitaba derivar al pequeño al otorrinolaringólogo a causa de una posible amigdalectomía), Gabby se guardó el estetoscopio en el bolsillo de su bata blanca y se encerró en su despacho. No era un espacio muy agradable; albergaba la sospecha de que antes de su llegada habían utilizado ese cuarto como almacén. No tenía ventanas, y la mesa ocupaba prácticamente toda la estancia, pero mientras consiguiera mantener el espacio en orden... Le gustaba la idea de poder disponer de un cuarto para ella sola. En una esquina había un pequeño armario, casi vacío, y Gabby sacó el bolso del cajón inferior. Echó un vistazo al reloj y vio que todavía le quedaban unos minutos antes de marcharse. Apartó la silla y pasó sus dedos por los rizos indomables.
Pensó que, definitivamente, estaba haciendo una montaña de un grano de arena. La gente flirteaba todo el tiempo. Era un acto propio de la naturaleza humana. Además, probablemente no significaba nada. Después de la experiencia que habían pasado juntos la noche anterior, él se había convertido en algo parecido a un amigo...
Su amigo. Su primer amigo en una nueva localidad al inicio de su nueva vida. Le gustaba cómo sonaba aquello. ¿Qué había de malo en tener un amigo? Nada, absolutamente nada. Sonrió ante tal pensamiento antes de fruncir el ceño.
Pero, claro, quizá no era una idea acertada. Trabar amistad con un vecino era una cosa, hacer migas con un chico al que le gustaba flirtear era otra cosa completamente distinta. Sobre todo con un chico tan apuesto. Kevin no era la clase de novio celoso, pero tampoco era tan estúpida como para imaginar que él se mostraría encantado con la idea de que Gabby y Travis compartieran una taza de café en la terraza de su casa un par de veces por semana, que era exactamente la clase de contactos sociales que mantenían los vecinos. Tan inocente como podía ser la visita a la clínica veterinaria —y que, por supuesto, iba a ser una visita inocente—, la situación le provocaba un leve sentimiento de infidelidad.
Vaciló unos instantes antes de concluir que, sin lugar a dudas, se estaba volviendo paranoica.
No había hecho nada malo. Y Travis tampoco. Y no iba a suceder nada por un insignificante flirteo, aunque fueran vecinos. Ella y Kevin habían sido pareja desde el último año en la Universidad de Carolina del Norte. Se habían conocido un atardecer frío y ventoso, cuando a ella se le escapó el sombrero volando al salir del bar Spanky's con sus amigas. Kevin se lanzó a la
NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
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