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  El neófito comprende que el patrimonio espiritual recibido de la comunidad
              debe ser transmitido intacto a las generaciones venideras. De esta forma se
              convierte en testigo-puente que enlaza el pasado con el futuro.
             El iniciado se integra en el grupo de los creyentes. Con ellos compartirá expe-
              riencias, vivencias religiosas y sentido de pertenencia. Comenzará a usar el
              lenguaje con el que se hace memoria de las creencias y valores sobre los que
              se sustenta la identidad de la comunidad de los fieles.
              Francoise Amiot- “El Bautismo cristiano” En:
              Xavier Leon Dufour. “Vocabulario de Teología Bíblica”
              Juan Bautista anunciaba el bautismo en el Espíritu y en fuego (Mt 3,11). El
              Espíritu es el don mesiánico prometido. El fuego es el juicio que comienza a
              verificarse  a  la  venida  de  Jesús  (Jn  3,8-21;  5,22-25;  9,39).  Uno  y  otro  son
              inaugurados en el bautismo de Jesús, que es el preludio del de los fieles. Este
              acto  sagrado  constituye  así  al  nuevo  pueblo;  Pablo  lo  ve  anunciado  en  el
              paso del Mar Rojo que libera a Israel  de  la servidumbre (1Cor 10,1ss). Su
              realización efectiva comienza en Pentecostés, que es como el bautismo de la
              Iglesia en el Espíritu y el fuego… El bautismo implica normalmente una in-
              mersión total (Act 8,38) o, si no es posible, por lo menos una aspersión de
              agua sobre la cabeza, tal como lo atestigua la Didaké 7,3.  El  bautismo va
              seguido de la imposición de las manos, por la que se obtiene el don plenario
              del Espíritu Santo.
              San Pablo profundiza y completa la doctrina bautismal que resultaba de las
              enseñanzas del Salvador (Mc 10,38) y de la práctica de la Iglesia (Rom 6,3). El
              bautismo conferido en nombre de Cristo (1Cor 1,13) une a la muerte, a la
              sepultura y a la resurrección del Salvador (Rom 6,3; Col 2,12). La inmersión
              representa la muerte y la sepultura de Cristo; la salida del agua simboliza la
              resurrección  en  unión  con  él.  El  bautismo  hace  que  muera  el  cuerpo  en
              cuanto instrumento de pecado (Rom 6,6) y hace participar en la vida para
              Dios en Cristo (6,11). La muerte al pecado y el don de la vida son insepara-
              bles; la ablución de agua pura es al mismo tiempo aspersión de la sangre de
              Cristo,  que  s  es  más  elocuente  que  la  de  Abel  (Heb  12,24),  participación
              efectiva en los méritos adquiridos para todos por Cristo en el Calvario, unión
              con su resurrección y, en principio, con su glorificación (Ef 2,5).
              El bautismo es, por tanto, un sacramento pascual, una comunión con la Pas-
              cua de Cristo; el bautizado muere al pecado y vive para Dios en Cristo (Rom
              6,11); vive la vida misma de Cristo (Gal 2,20; Flp 1,21). La transformación así
              realizada es radical; es despojo y muerte del hombre viejo y revestimiento
              del hombre nuevo (Rom 6,6; Col 3,9; Ef 4,24), nueva creación a la imagen de
              Dios (Gal 6,15).



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