Page 8 - Revista Octubre
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El diablo en
la botella
Rosa Navas Espinosa
Está enfermedad es de larga duración, altos y bajos, recuperación y recaídas. A
veces hay momentos que parece que todo está en calma, hasta que algún primo
encuentra de nuevo escondida la botella del diablo, itinerante, tratando de destruirlo
todo. Recuerdo que cuando trabajaba con personas que vivían en la calle muchos me
contaban que tenían una familia, que extrañaban a sus hijos/as, pero que habían sido
excluidos y desechados. Que en parte eligieron la botella maligna. Me decían que
una vez la pruebas, el objeto cobra vida y es insaciable, siempre tratando de crear
agonías por doquier. Miraba a esas personas en sus colchones, rotos y con olor a
orín, llevaban años envueltos en el hechizo.
Hay personas que abrazan tanto a la botella
que no logran salir del laberinto. Algunos
empiezan a relacionarse con personas que
están recorriendo el mismo caminó; sienten
el mismo socavón en el suelo, envés de
ayudarse se hunden juntos. Nadie sabe quién
puede sufrir el mal, sólo sucede; la persona
tiene una grieta en el alma, un malestar que
no se elaboró con anterioridad, es ahí donde
pulula esas ganas de tomar alcohol, perder la
conciencia y empezar a consumir lo que sea
que modifique su percepción. Se levanta un
destino fatídico para todos, todo está
entrelazado; el peligro es para los que
estamos dentro de la casa, el hechizo es para
todos y el vacío en el pecho se siente más
profundo. A medida que avanza la posesión
demoníaca impulsa a que cada uno empiece a
generar nuevas opciones, que incluyen
psiquiatras y acopio de psicólogos con varios
enfoques; toda alternativa es posible con tal
de salvar a esa alma.