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A Z I M U T
Autores o libros que sin explicación pasan desapercibidos en el microclima local
o los que ha tapado el olvido serán la constante de este espacio de homenaje que va al
rescate de lo que pocos conocen y muchos deberían.
PALINURO DE MÉXICO
FERNANDO DEL PASO
Nacido en 1935, el mexicano Fernando del Paso es autor de Palinuro de México (1977), una colosal e inclasificable
novela, que ha llevado a los críticos a compararla con las obras de Jonathan Swift, James Joyce, o Rabelais. Palinuro de
México fue un libro muy poco difundido en Argentina, ganador del Premio Internacional Rómulo Gallegos (1982) y del
Premio a la Mejor Novela Publicada en Francia (1985), país en el que el diario Libération la ha definido como un inmenso
poema. Aquí publicamos un mínimo fragmento, para disfrute de nuestros lectores. En él se puede observar cómo –contra
el sentido común de la norma que desaconseja en narrativa el exceso de adverbios de modo– del Paso demuestra la mae-
stría con se pueden romper las reglas cuando una estupenda idea lo justifica.
Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente. Lo hacía-
mos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras
palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente.
Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por último los
domingos hacíamos el amor religiosamente. O bien hacíamos el amor por compati-
bilidad de caracteres, por favor, por supuesto, por teléfono, de primera intención y en
última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último
recurso. Hicimos también el amor por ósmosis y por simbiosis: a eso le llamábamos
hacer el amor científicamente. Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí: es
decir, recíprocamente. Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo, con el
miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla, entonces hacíamos el
amor lastimosamente. Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me ima-
ginaba que no iba a poder, y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía,
o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de los dos alcanzaba
el orgasmo. Decíamos, entonces, que habíamos hecho el amor aproximadamente. O
bien a Estefanía le daba por recordar las ardillas que el tío Esteban le trajo de Wis-
consin y que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina, y yo por mi
parte recordaba la sala de la casa de los abuelos, con sus sillas vienesas y sus macetas
de rosasté esperando la eclosión de las cuatro de la tarde, y así era como hacíamos el
amor nostálgicamente, viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos.
Muchas veces hicimos el amor contra natura, a favor de natura, ignorando a na-
tura. O de noche con la luz encendida, mientras los zancudos ejecutaban una danza
cenital alrededor del foco. O de día con los ojos cerrados. O con el cuerpo limpio y la
conciencia sucia. O viceversa. Contentos, felices, dolientes, amargados. Con remor-
dimientos y sin sentido. Con sueño y con frío. Y cuando estábamos conscientes de
lo absurdo de la vida, y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro, entonces ha-
cíamos el amor inútilmente. Para envidia de nuestros amigos y enemigos, hacíamos
el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente. Para honra de nuestros
padres, hacíamos el amor moralmente. Para escándalo de la sociedad, hacíamos el
amor ilegalmente.
Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente. Y, sobre
todo, hacíamos el amor físicamente.
También lo hicimos de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñan-
do. Y sobre todo, y por simple razón de que yo lo quería así y ella también, hacíamos
el amor voluntariamente.