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CAPÍTULO OCHO









                  P

                              ara este tiempo solo un interés perseguía, ser feliz,


                              ser feliz, ser feliz. Puedo repetirlo muchas veces y no

                              bastaría  para  expresar  cómo  lo  anhelaba  Agustín.


                  ¡Cuánto  anhelaba  amar  y  ser  amado!,  amar  y  ser  amado,

                  encontrar  la  verdad,  apagar  su  pasión,  encontrar  reposo  en


                  su alma. Senda inquietud tenía, pero la buscaba en el poder y

                  en  el  placer.  Así  se  fue  a  Roma,  dejando  a  su  madre

                  engañada  y  a  su  mujer  e  hijo  abandonados.  Se  fue  en


                  búsqueda de buenos estudiantes, pero le salieron peores que

                  los que había dejado en Cartago.




                  Ciertamente, contaban con buenas cualidades de las que los


                  anteriores carecían, pero un solo defecto era peor. En Roma,

                  aquellos  expertos  en  las  mañas,  empezaban  recibiendo


                  clases con él y terminaban con otro para no pagar la deuda

                  que establecía el contrato. Todo lo que aprendían, cuando se





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