Page 45 - Manolito Gafotas
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La sita Asunción se quejó al guardia por la poca protección que había en el
      Museo  y  a  mí  me  dio  un  beso  y  me  dijo  que  podía  ir  en  la  primera  fila  del
      autocar con ella en mérito al honor o al soldado desconocido, no me acuerdo.
        Antes de salir a la calle entramos todos en el water del Museo para mear, que
      es  lo  que  hacemos  siempre  que  nos  llevan  a  cualquier  sitio,  y  allí  estaba  el
      atracador. Me coge del brazo y me dice:
        —Mira, Gafotas —no me puedo explicar cómo sabía mi mote—, me vine de
      Mota del Cuervo a Madrid porque en esta ciudad no me conoce nadie y resulta
      que me vas a jorobar tú todos los días el negocio.
        Yo le dije que no lo había hecho con mala intención, que le había acusado a él
      para que no me acusaran a mí. Y para que me soltara, para que me dejara de
      pellizcar el brazo, le dije un sitio donde podía atracar a sus anchas y sacar su
      navaja de Mota del Cuervo sin que yo saliera a meterme donde no me importa.
      La sita Asunción no me regañó por una vez en la historia cuando llegué tarde al
      autobús; me estaba esperando en la primera fila. Y yo me senté delante de las
      narices  de  todos  mis  compañeros,  al  lado  de  ella,  en  mi  nuevo  papel  de  niño
      pelota.
        Estuve muy contento sólo durante tres minutos y medio, después me empecé
      a aburrir como una oveja, veía como Yihad se estaba quedando ronco de cantar
      ¡El Orejones no tiene pilila! y me estaba muriendo de envidia.
        Mi señorita aprovechó para enseñarme todos los monumentos que nos íbamos
      encontrando  a  nuestro  paso,  y  me  dio  por  pensar  que  a  Madrid  le  sobraban
      monumentos.
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