Page 99 - Manolito Gafotas
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Mi madre decidió llamar al Tropezón, ella tiene el teléfono del bar porque
tiene que rescatar muchas veces a mi padre y a mi abuelo de las garras de algún
pulpo que hay en la vitrina.
Se puso el dueño, el señor Ezequiel, y le dijo a mi madre:
—Pues sí, aquí está don Nicolás, me acaba de invitar a un tinto por su
cumpleaños, dice que nadie le ha regalado ni una mísera bufanda.
Mi madre contestó:
—Dígale a mi padre que suba inmediatamente.
Y mi abuelo subió inmediatamente porque cuando mi madre dice
inmediatamente no hay terrícola que se atreva a subir dentro de un rato.
La puerta del salón se abrió y empezamos a cantar nuestro Cumpleaños Feliz.
Lo hacíamos mejor que los niños cantores del Papa; si el Papa nos conociera nos
contrataría ipso facto. Tenías que haber visto la cara que puso mi abuelo cuando
vio que España entera estaba en el salón de mi casa. Detrás de él entró Don
Ezequiel con una fuente de gambas y otra de berberechos, y todo el mundo lo
recibió con un gran aplauso. Creo que las fuentes no duraron ni cincuenta
milésimas de segundo. Los abuelos se comían las gambas con cáscara y los
berberechos a puñados. La gente empezó a sacar los regalos. El regalo del abuelo
de Yihad fue una bufanda a cuadros que a mi abuelo le encantó; los otros abuelos
le regalaron dos bufandas, una negra y otra verde que a mi abuelo le parecieron
preciosas; la Luisa le había comprado una bufanda made in Italia que a todos nos
pareció muy elegante; mi madre le regaló un foulard, que es como una bufanda,
pero de tela, « para que parezcas más joven» , y todo el mundo estuvo de
acuerdo en que parecía diez años más joven; mis amigos le prometieron su
bufanda para el cumpleaños que viene; y el Imbécil y yo le dimos la dentadura
de Drácula, que fue un exitazo. Mi abuelo se quitó sus dientes postizos de siempre
y se puso la del señor Mariano. Le estaba perfecta. Mi abuelo dijo que sería la
dentadura de los domingos. Molaba mi abuelo de vampiro: el famoso Vampiro de
Carabanchel, ése es mi abuelo.
No quedó nada. Se acabó el vino, la casera, las cocacolas. Bajaron a por más,
se siguió acabando. Los viejos hacían cola todo el rato para mear; cuando le
tocaba al último de la fila, ya tenía ganas otra vez el primero.
Mi madre sacó la tarta, pero la tarta no se veía: quedaba oculta por ochenta
velas. Mi madre bajó las persianas para que el salón quedara iluminado sólo con
la luz de las velas. El Imbécil se puso a llorar porque decía que le daban miedo
las caras de los viejos alrededor de la tarta. A mi abuelo le sobresalían los
colmillos a los dos lados de la boca. Estaba realmente espectral, sólo le faltaban
unas gotas de sangre por la barbilla. Mi madre nos dijo que apagáramos los niños
las velas. Gritaron: ¡Una, dos y tres!, pero Yihad se nos adelantó y las apagó él
casi todas. Hasta en las fiestas de tu abuelo siempre hay un tío que te fastidia la
vida. Mi madre dijo que en los cumpleaños no hay que pelearse, así que tuve que