Page 284 - Frankenstein
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cipicios,  a  cuyos  pies  el  sombrío  Rin  fluye  en
   precipitada carrera; y, de repente, tras rodear
   un promontorio, el paisaje lo constituyen prós-
   peros viñedos, que cubren las verdes y ondu-
   lantes laderas, sinuosos ríos y pobladas ciuda-
   des.
     Era la época de la vendimia, y, mientras via-
   jábamos río abajo, escuchábamos las canciones
   de los trabajadores. Incluso yo, a pesar de mi
   ánimo decaído, y lleno como estaba de sombrí-
   os pensamientos, me sentía contento. Tumbado
   en el fondo de la barca, miraba el límpido cielo
   azul, y parecía imbuirme de una tranquilidad
   que hacía mucho no sentía. Si éstas eran mis
   sensaciones, ¿cómo explicar las de Henry? Se
   creía transportado a un país de hadas, y sentía
   una felicidad poco común en el hombre.
     ––He visto ––decía–– los parajes más hermo-
   sos  de  mi  país;  conozco  los  lagos  de  Lucerna  y
   Uri, donde las nevadas montañas entran casi a
   pico en el agua, proyectando oscuras e impene-
   trables sombras que, de no ser por los verdes
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