Page 357 - Frankenstein
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pero esta amenaza no le obligaba a mantener
   entretanto la paz. ¿Acaso no había asesinado a
   Clerval inmediatamente después de nuestra
   conversación, como para indicarme que aún no
   estaba saciada su sed de sangre?
     Decidí, por tanto, que si el inmediato matri-
   monio con mi prima iba a suponer la felicidad
   de Elizabeth y la de mi padre, las intenciones de
   mi adversario de acabar con mi vida no lo re-
   trasarían ni una hora.
     En este estado de ánimo escribí a Elizabeth.
   Mi carta era afectuosa y serena. «Temo, amada
   mía ––escribí––, que no es mucha la felicidad
   que nos resta en este mundo; sin embargo en ti
   se centra toda la que pueda un día disfrutar.
   Aleja de tu pensamiento tus infundados temo-
   res; a ti, y sólo a ti consagro mi vida y mis espe-
   ranzas de consuelo. Tengo un solo secreto, Eli-
   zabeth, un secreto tan terrible que cuando te lo
   revele se te helará la sangre; entonces, lejos de
   sorprenderte ante mis sufrimientos, te admira-
   rás de que haya podido soportarlos. Te comu-
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