Page 97 - Frankenstein
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bres ni estar tan despreciados, tienen modales más
   refinados y morales. Un criado en Ginebra no es
   igual que un criado en Francia o Inglaterra. Así
   pues, en nuestra familia Justine aprendió las obliga-
   ciones de una sirvienta, condición que en nuestro
   afortunado país no conlleva la ignorancia ni el sacri-
   ficar la dignidad del ser humano.
     Después de recordarte esto supongo que adivinarás
   quién es la heroína de mi pequeña historia, porque tú
   apreciabas mucho a Justine. Incluso me acuerdo que
   una vez comentaste que cuando estabas de mal
   humor se te pasaba con que Justine te mirase, por la
   misma razón que esgrime Ariosto al hablar de la
   hermosura de Angélica: desprendía alegría y fran-
   quea.  Mi  tía  se  encariñó  mucho  con  ella,  lo  cual  la
   indujo a darle una educación más esmerada de lo que
   en principio pensaba. Esto se vio pronto recompen-
   sado; la pequeña Justine era la criatura más agrade-
   cida del mundo. No quiero decir que lo manifestara
   abiertamente, jamás la oí expresar su gratitud, pero
   sus ojos delataban la adoración que sentía por su
   protectora. Aunque era de carácter juguetón e inclu-
   so en ocasiones distraída, estaba pendiente del menor
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