Page 98 - Frankenstein
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gesto de mi tía, que era para ella modelo de perfec-
ción. Se esforzaba por imitar sus ademanes y manera
de hablar, de forma que incluso ahora a menudo me
la recuerda.
Cuando murió mi querida tía, todos estábamos
demasiado llenos de nuestro propio dolor para repa-
rar en la pobre Justine, que a lo largo de su enferme-
dad la había atendido con el más solícito afecto. La
pobre Justine estaba muy enferma, pero la aguarda-
ban otras muchas pruebas.
Uno tras otro, murieron sus hermanos y herma-
nas, y su madre se quedó sin más hijos que aquella a
la que había desatendido desde pequeña. La mujer
sintió remordimiento y empezó a pensar que la
muerte de sus preferidos era el castigo que por su
parcialidad le enviaba el cielo. Era católica, y creo
que su confesor coincidía con ella en esa idea. Tanto
es así que, a los pocos meses de partir tú hacia In-
golstadt, la arrepentida madre de Justine la hizo
volver a su casa. ¡Pobrecilla! ¡Cómo lloraba al aban-
donar nuestra casa! Estaba muy cambiada desde la
muerte de mi tía; la pena le había dado una dulzura
y seductora docilidad que contrastaban con la tre-