Page 104 - Frankenstein
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venes debieran desconfiar de sí mismos, ¿no
   cree, señor Clerval? A mí, de muchacho, me
   ocurría, pero eso pronto se pasa.
     El señor Krempe se lanzó entonces a un elo-
   gio de su persona, lo que felizmente desvió la
   conversación del tema que tanto me desagra-
   daba.
     Clerval no era un científico vocacional. Tenía
   una imaginación demasiado viva para aguantar
   la minuciosidad que requieren las ciencias. Le
   interesaban las lenguas, y pensaba adquirir en
   la universidad la base elemental que le permi-
   tiera continuar sus estudios por su cuenta una
   vez volviera a Ginebra. Tras dominar el griego
   y el latín perfectamente, el persa, árabe y
   hebreo atrajeron su atención. A mí, personal-
   mente, siempre me había disgustado la inacti-
   vidad; y ahora que quería escapar de mis re-
   cuerdos y odiaba mi anterior dedicación me
   confortaba el compartir con mi amigo sus estu-
   dios, encontrando no sólo formación sino con-
   suelo en los trabajos de los orientalistas. Su me-
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